lunes, 2 de mayo de 2011

La escopeta nacional (1977)


Cuando hay una tarta a repartir, todos quieren su trozo, pero es quien reparte ya no quien se lleva la mejor parte, sino precisamente quien puede dar o dejar de dar. En La Escopeta Nacional (1977), Luis García Berlanga satiriza sobre un reparto similar e igual de sabroso para quienes lo reciben. Hay ministros y administrados, caraduras y aspirantes a serlo. En ella, domina el esperpento y la caricatura, mascarada que desvela la situación política real en la España de la Transición. La democracia era el sueño de muchos, pero no todos soñaban lo mismo. Algunos no fantaseaban con la libertad sino con el poder. Berlanga presenta el primer film que rodó en la democrática dando cabida a gran parte de los colectivos que supuestamente pretenden regir el destino de un país que desea dar un paso hacia el progreso y las libertades que se abren ante ellos. Así pues, reunió a en un mismo espacio a un ministro influyente (Antonio Ferrandis), que intenta por todos los medios tapar su relación con una modelo (Bárbara Rey) porque podría perjudicar su carrera; a un cura de derechas (Agustín González), cazador y repartidor de hostias, así como a varios miembros de "la obra", para quienes la moralidad, la suya por supuesto, se debe anteponer a todo y a todos. Pero además se descubre a una familia aristocrática, los Leguineche, que ha perdido su lugar en la democracia que se impone y que sobrevive aprovechándose de su título nobiliario e invitando a cacerías que pagan otros. Aunque aprovechados los hay de todos los colores, especímenes como el dictador exiliado que ha ganado su fortuna mal gobernando la nación de donde ha huido o el constructor que no duda en inflar los precios de sus viviendas para sacar mayor tajada. Más triste se antoja la presencia de una actriz (Conchita Montes), vieja gloria nacional, que no puede soportar el paso del tiempo ni el olvido que aquel implica. Toda esta fauna se entremezcla para ofrecer una visión pesimista, aunque muy divertida, de una sociedad que existía, existe y existirá, según palabras del propio director, mientras haya gobernantes y gobernados. Destaca de entre todos los personajes, el empresario catalán, capaz de dejar a un lado sus valores, en favor de sus ansias por enriquecerse; una soberbia interpretación de "Saza", actor con un talento natural para la comedia, y de Mónica Randal. No obstante, todos los miembros del equipo artístico hacen una estupenda labor, así pues, Luis Escobar bordó su papel de viejo marqués, que no aguanta a los burgueses que llenan su casa, y que nada tienen que ver con el estamento social que él representa. A pesar de rehuir de ellos, acepta su presencia por el beneficio que le proporciona la cacería que se celebra en su finca, que le permitirá seguir guardando las apariencias dentro de un mundo que se rige por ellas. Además, resulta un personaje grotesco, adicto al sexo y que retiene como su mayor tesoro una numerosa colección de vello púbico (perteneciente a las mujeres con quien ha mantenido relación). La sombra paterna afecta al marqués junior (José Luis López Vázquez), un hombre, ya en edad madura, casado con una mujer (Amparo Soler Leal) a quien no quiere, más bien la detesta, y con quien se ha visto obligado a contraer matrimonio por dinero y propiedades. Otro personaje memorable sería el interpretado por Agustín González, un cura de ideas ultraconservadoras, intolerante y de mano dura, que no teme blasfemar ni mostrar su carácter retrógrado y violento. A lo largo de las escenas de La escopeta nacional fluye un humor irónico, inteligente, crítico y satírico, a menudo caricaturesco, que se burla de una transición plagada de seres corruptos, al acecho de la deseada porción del pastel que se está repartiendo. Ni que decir tiene que Berlanga se posicionó con esta sátira, que tendría dos secuelas, contra los estamentos sociales más "honorables", rechazando su honorabilidad y enviándoles un mensaje claro de que no aportan ningún beneficio social, solo el desequilibrio del que son parte responsable.



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