martes, 31 de mayo de 2011

La legión invencible (1949)


Que John Ford sentía admiración por el ámbito castrense parece obvio en aquellas de sus películas que muestran el entorno militar que le proporcionó historias como su trilogía de la caballería —Fort Apache (1948), La legión invencible (She Wore a Yellow Ribbon, 1949) y Río Grande (Rio Grande, 1950)—, Cuna de héroes (The Long Gray Line, 1955) o Misión de audaces (The Horse Soldiers, 1959). En todas ellas va desarrollando sus intereses, su humor, sus gustos, su idea de familia, amistad y deber. Observa a sus personajes con su mirada lúcida, a veces traviesa y alegre, otras amarga, pero nunca estúpida y siempre leal a su perspectiva que, siendo la original de un gran cuenta cuentos como él, no se debe a la histórica, ni pretende ser correcta o incorrecta. Es la suya. La de un cineasta que, hablando de tradición y raíces, de sentimientos y emociones, siempre resulta moderno y sospecho que más transgresor que cualquier vanguardista que fuerza la última tendencia, la cual suele ser la primera en saber rancia. La perspectiva de Ford (su mirada y su forma de narrar) da forma a La legión invencible (She Wore a Yellow Ribbon, 1949), en la que vuelve a dar otra lección de contar historias, vidas y deberes, con imágenes, acercándonos a la cotidianidad, para nada aburrida, de sus personajes. En esta ocasión, nos sitúa en el crepúsculo de un veterano soldado profesional, el capitán Nathan Brittles (John Wayne), que se encuentra a seis días de su retiro, tras cuarenta años de servicio. Su jubilación no deseada, pero inevitable, le obliga a abandonar todo cuanto posee, cuanto ama —incluso deberá abandonar la tumba de su mujer, que visita para ofrecerle su informe sobre la vida en el fuerte— pues es un hombre que vive por y para el ejército. Este ambiente intimista, que se mezcla con cierto aire épico, sirve al genial director para poner en juego sus características narrativas y ofrecer una película melancólica, épica, profunda y divertida. El capitán asume que debe abandonar cuanto conoce, y lo hace señalando en el almanaque los días que van quedando atrás y que le acercan al círculo rojo que indica la fecha final. Pero antes de que llegue el momento, se le encomienda una última misión.


El general Custer ha muerto, los indios continúan reuniendo guerreros para echar al hombre blanco de sus tierras de caza. Se han levantado en armas y se encuentran en pie de guerra. Acción que produce inestabilidad en la zona, en la que el 7º de caballería actúa.
Ford aprovecha este contexto histórico para desarrollar las sensaciones que se producen en este viudo, que visita la tumba de su esposa para hacerle participe de sus pensamientos. La misión que debe llevar a cabo consiste en patrullar los alrededores, al tiempo que debe trasladar a dos mujeres, la esposa del comandante (Mildred Natwick) y la sobrina de esta, Olivia (Joanne Dru). Este último mandato no es del agrado del oficial, no cree que sea el momento adecuado para trasladar a las mujeres y, por escrito, muestra su disconformidad, consciente de que de nada valdrá, ya que conoce a la perfección la inutilidad de la burocracia y los entresijos castrenses. Pero la historia no solo se centra en el capitán, sino que ofrece el coprotagonismo a Olivia, cuya cinta amarilla anudada a su cabello significa (en el cuerpo) que está enamorada de un soldado. Este hecho abre un nuevo frente, de mayor ingenuidad y fogosidad, el enfrentamiento entre los dos jóvenes tenientes que aspiran al amor de la joven. Flint (John Agar) está enamorado de ella y no soporta la idea de ver a Olivia con Penel (Harry Carey Jr.), lo que provoca una sucesión de problemas en los que el capitán debe intervenir para poner freno. Este hombre, Brittles, es como un padre de familia, él posee la veteranía, la cordura, valora a sus hombres y sabe lo que estos precisan. Por contra, los dos jóvenes tenientes son inexpertos, inicialmente egoístas y en constante competición. Esta segunda película sobre el 7º de caballería se centra en la persona de un veterano y las sensaciones que le produce su inminente retirada, así como enfrenta la experiencia con la inexperiencia, pero lo hace saliendo al exterior, se aleja del fuerte y recorre las desérticas llanuras por las que acecha el peligro, un peligro real, representado en un ejército de indios con los que se encuentran en guerra. Estos conflictos armados forman parte de su día a día, él conoce su trabajo, sin embargo existen aspectos que no puede controlar y que llevan al “fracaso” de su misión y a su consiguiente lamentación por tener que abandonar el ejército como un fracasado. No obstante, él éxito o el fracaso no se mide por las victorias o derrotas, sino por el respeto y la admiración que los hombres sienten hacia él.

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