sábado, 7 de mayo de 2011

Uno, dos, tres (1961)


El desenfreno cómico de 
Billy Wilder en Uno, dos, tres (One, Two, Three, 1961) quizá sea el más veloz de su carrera, un desenfreno que no decae a lo largo de las escenas que se suceden vertiginosas desde el inicio hasta el clásico The End. Wilder impide que el espectador se aburra, lo obliga a disfrutar de una comedia en apariencia ligera y desternillante, pero en la que reparte a diestra y a siniestra o, dicho de otro modo, a uno y a otro lado del muro que, en el momento que introduce la voz de su inolvidable protagonista, todavía no ha sido levantado. Sin el menor disimulo, el cineasta se burla de dos sistemas que no se distancian tanto como aparentan, pues desvelan dos formas de imperialismo, alienación y dominación —sea por seducción y aumento de necesidades que se traducen en consumo o por imposición de un inexistente paraíso proletario—, de ahí que, de hilarante comedia, pase a ser una corrosiva y chispeante radiografía de ambos lados y de la realidad geopolítica que divide al mundo en dos grandes bloques ideológicos, políticos y económicos, sin olvidarse de un pasado del que, al parecer, nadie fue testigo. Nada mejor, pues, que escoger Berlín como fondo para el desarrollo de la acción, ya que la capital alemana era la ciudad en la que convivían, por decirlo de alguna manera, ambas ideologías y el recuerdo de aquella otra que se evidencia en los taconazos de Schlemmer (Hanns Lothar). Además, ¿qué compañía mejor que Coca-Cola para simbolizar la expansión capitalista?


La sede berlinesa del gigante de los refrescos es centro de operaciones de un directivo sin escrúpulos que pretende conseguir su traslado a la central europea en Londres, como recompensa a sus esfuerzos y a su entrega al monstruo financiero que extiende sus dominios por (casi) todos los rincones del mapamundi que cuelga en su despacho. MacNamara (
James Cagney) es capaz de engañar, mentir o sobornar con tal de cumplir sus objetivos. Se desentiende de sus valores morales y se aferra a su idea de eficiencia, ventas y éxito —de nuevo, un rostro del sueño americano visto por el ojo crítico de Wilder. Esta ha tomado el control de su mente, hasta el extremo de que ha dejado de lado a su familia y a sí mismo, pero no es una máquina, aunque lo parezca cuando administra el tiempo con su uno..., dos..., tres..., cuatro... Su pensamiento busca la perfección, quizás por ello mantenga en nómina a su secretaria (Lilo Pulver), perfecta para aprender en sus sugestivas clases de alemán, más allá de su capacidad taquigráfica, que también tiene. MacNamara prioriza el beneficio de la empresa, cuyos intereses defiende con uñas y dientes, hasta el punto de aceptar ser el niñero de la enamoradiza hija (Pamela Tiffin) del jefazo de Atlanta y Pigmalión a la fuerza de un joven aprendiz de comunista (Horst Buchholz), sacrificios que le podrían proporcionar su ansiado ascenso; en definitiva, defiende sus propios intereses.


La aproximación wilderiana a las grandes corporaciones que colonizan medio mundo mientras aguardan por la otra mitad y a la guerra fría se disfraza de sátira y a ritmo de
La danza del sable, de Aram Khachaturian, ofrece movimiento, diálogos mordaces, un Cagney sin parangón y situaciones hilarantes que campan a sus anchas consiguiendo algo muy difícil: convertir una Coca-Cola en Pepsi. Tras esta doble publicidad, que no me reporta el menor beneficio, me gustaría recordar la escena en la que MacNamara negocia con los tres enviados soviéticos, pues, toda ella, es un ejemplo de comicidad, como lo es el trío en sí. Este trío enviado por el gobierno soviético se encuentran directamente emparentado con otros tres camaradas del otro lado del telón de acero, los también imprescindibles de Ninotchka (Ernst Lubitsch, 1939), otra ilustre del género de la risa y con la participación de Wilder en el guion. Divertida, ágil, corrosiva, frenética son algunos adjetivos que se quedan cortos para definir Uno, dos, tres, pero esta película no necesita ser definida, solo pide complicidad en el desenfado de un inolvidable irreverente, maestro en el estudio de la imperfección humana y en hacer de la comedia un arma arrojadiza e hilarantes retratos sociales, como sería el caso de este film, para quien escribe, una de las comedias más cómicas paridas por Wilder.

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