miércoles, 29 de junio de 2011

El circo (1927)


El vagabundo chaplinesco no presenta atributos que lo definan valiente y heroico, y sin embargo es lo uno y lo otro. No se rinde en su generosidad y entrega, ni en su rechazo a la opresión, en cualquiera de sus formas. De ahí que simpatice con los desfavorecidos -un chico, una vendedora de flores callejera, una golfilla portuaria o una famélica artista circense-, se acerque a ellos, los proteja y libere. Así es su vagabundo, un errante solidario que lleva esperanza y comida a quienes necesitan ambas. Su discurso cobra cuerpo en su personaje y El circo (The Circus
,1927) es una excelente oportunidad para comprobarlo y comprobar que Charles Chaplin y su vagabundo sin blanca son ricos en sentimientos, en humanidad. Sombrero hongo, bastón, bigote o un traje que ha vivido días mejores son algunos de los rasgos reconocibles de este desheredado social que se ve inmerso en una persecución que lo lleva hasta la pista de un circo. Ajeno a las carcajadas que provoca entre el público, utiliza sus cinco sentidos para dar esquinazo al agente de la ley que le pisa los talones. Allí, en la pista central, el desconocido triunfa sin darse cuenta de su éxito, algo que sí comprende el dueño de la compañía circense. Al empresario poco le importan sus empleados, solo le preocupa obtener el máximo beneficio, y este se pone a tiro cuando escucha al público reclamar y vitorear al hombre divertido. Ante tal número de ovaciones, no duda en ofrecer un contrato al vagabundo, que acepta de inmediato sin saber qué es el alma del espectáculo. Durante su estancia en el circo el antihéroe conoce a la hija del patrón, una joven triste y constantemente castigada por un padre tiránico que la mantiene bajo un estricto régimen alimenticio. El personaje de Chaplin se enamora de la chica y alienta la ilusión de que su amor es correspondido, pero la aparición de un nuevo artista le devuelve a la realidad. El argumento de El circo es una simple excusa para desarrollar el talento innato de Chaplin, el mismo que produce la risa, pero también la reflexión e incluso una ligera sensación de amargura en la figura de ese sin hogar solitario enfrentado a una sociedad imperfecta en su idea de perfección. En la actualidad, las secuencias de El circo continúan siendo una auténtica lección de cine cómico, pues no han perdido ni un ápice de su capacidad para sacar una sonrisa, hecho que demuestra la universalidad del cine de su autor y la ausencia de fecha de caducidad, ya que sus películas profundizan en el ser humano, en sus sentimientos y emociones, y poseen la magia y el ingenio que habitan en un personaje como este vagabundo inmortal. El circo es un claro ejemplo de ello, la escena en la que el inocente desdichado es perseguido por un agente de policía (convencido de que persigue a un carterista) y se introduce en una sala repleta de espejos deformantes para darle esquinazo, resume el talento de Charles Chaplin para idear momentos inolvidables que inspirarían a otros realizadores (años más tarde Orson Welles tomaría una idea similar para el final de La dama de Shanghai). Inolvidable también resulta la escena en la que el vagabundo debe sustituir al funanbulista e idea un método que le permite no caerse, recurso que confirma una vez más la capacidad imaginativa de un mito del celuloide que supo dotar a sus películas de elevadas dosis de comicidad, ingenio, sensibilidad y compasión.

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