sábado, 4 de junio de 2011

El gran calavera (1949)


La segunda película mexicana del director Luis Buñuel, producida por Oscar Dancigers  —con quien realizará varios de sus trabajos mexicanos—, fue la primera colaboración del cineasta con Luis Alcoriza, excelente director y guionista también exiliado, con quien el director aragonés escribirá una decena de películas. El gran calavera (1949) es una obra a las que algunos se refieren como alimenticias, otros la llamarán menor, más si cabe dentro dentro de la filmografía uno de los grandes genios del cine, o si se prefiere, un film no personal, pero resulta una película entretenida que aprovecha las pocas oportunidades que se le presentan para introducir algunas de las constantes del realizador. Buñuel rueda una comedia donde el humor y la diversión siempre están presentes, que se centra en una familia acomodada, en la que el egoísmo ha sustituido al cariño y la comprensión. Sólo el dinero, y lo que éste les ofrece, les proporciona felicidad, aunque es un espejismo porque, en realidad, son seres vacíos, algo que descubrirán cuando la pobreza vuelva a unirles y cambie el significado de sus existencias. Ramiro de la Mata (Fernando Soler), empresario millonario, se pasa el día bebiendo para intentar olvidar la muerte de su esposa. Su familia no se cuestiona hacerle cambiar de hábitos, sino que se aprovecha del dinero que les entrega. Sus empleados, tanto en el hogar como en la oficina (salvo uno que le advierte del riesgo que corre si continúa por ese camino), piensan que es un crápula a quien pueden engañar sin correr el riesgo de un despido. Así mismo, un cazadotes pretende la mano de su hija. Sin embargo, ese joven le produce malas vibraciones, y le hace despertar de su letargo para echarle en cara que lo único que pretende es su fortuna. Durante el transcurso de esa discusión Ramiro sufre un colapso y pierde el conocimiento. El ataque convence a uno de sus hermanos, un médico que acaba de regresar a la ciudad, para reunir a los miembros de la familia y advertirles que si el tarambana no cambia sus costumbres podría recaer o incluso morir. Así pues, propone un plan para curarle, la idea consiste en hacer creer al enfermo que su fortuna se ha dilapidado y con ella el bienestar de los suyos. Este argumento da pie a una serie de situaciones divertidas, que no dejan de tener su lado amargo, que se encuentra en el desinterés hacia todo aquello que no sea ese necesario perturbador de almas, llamado dinero, que convierte a los familiares de Ramiro en unos aprovechados que deben buscar la redención dentro de una pobreza ficticia, pero real.

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