martes, 7 de junio de 2011

El testamento del doctor Cordelier (1959)


<<Trabajaba generalmente con tres o cuatro cámaras. Llegue a utilizar hasta ocho funcionando simultáneamente para asegurar los primeros planos necesarios. Imagínense los kilómetros de película rechazada. La montadora y sus ayudantes se volvían locos. En cambio, los actores estaban encantados: consideraban la iniciativa una victoria sobre el desagradable “corten” del director. El testamento del Dr. Cordelier es una adaptación a nuestra época de la novela de Stevenson Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Jean-Louis Barrault interpretaba ese doble papel como si fuera un bailarín. Para realizar la transformación de Jekyll en Hyde, no utilizó ningún maquillaje. Como accesorios, le bastaron una dentadura postiza y una peluca rígida. La película, rodada casi de un tirón, permitió a Kosma componer una música de tema único. La unidad de aquella obra ilustraba mi concepto de unidad del mundo, mi eterna manía.>>

Jean Renoir: Mi vida y mi cine.


No creo que haya nada más humano que ser unidad racional e irracional. Esas dos caras de un mismo cuerpo que pugnan por encontrar el equilibrio entre la razón y la emoción, entre el ser moral y el instintivo. Parece innegable que ambas se necesitan para ser, aunque corren el riesgo de desequilibrarse cuando una de ellas pretende negar, sustituir o destruir a la otra. Hay mayor diversidad de rostros que esas dos caras representadas por Robert Louis Stevenson en la dualidad Jekyll y Hyde, que simplifica los múltiples matices condicionados por las circunstancias, las situación, la educación, la tradición, la cultura, los valores, el propio individuo, el instante en que vive y actúa y las distintas presencias de otros individuos que le condicionan (y a su vez, también están condicionados), pero lo propuesto y expuesto por el escritor escocés en su relato sirve para evidenciar el instinto desatado, Hyde, y la represión ejercida por la moral de individuo social, Jekyll, representado este por el respetado y reputado Cordelier (Jean-Louis Barraulten el film de Jean Renoir. Cordelier habla de la “conducta del mal”. Ha pretendido modificarla con sus experimentos, pero olvidó que la existencia de esa “mala conducta” nace de la existencia de su opuesta. Sin la moral que determina los límites del bien y el mal, tal como él y la sociedad a la que pertenece los establecen, ninguno de esos abstractos existiría. Entonces, tampoco sería posible transgredirlos u ocultarlos, como en ambos casos hace el doctor, cayendo en la consciente hipocresía de negar y condenar la parte instintiva a la que da rienda suelta cuando asume la personalidad de Opale, cuya ligereza de movimientos remite a la ausencia de peso moral.


El inicio de
El Testamento del Doctor Cordelier (Le testament du docteur Cordelier, 1959) muestra a Jean Renoir en un plató de televisión donde presenta la proyección que se emitirá a continuación. 
Se trata de un acercamiento entre el medio televisivo (que produce la película) y el cinematográfico, dos expresiones audiovisuales que Renoir no ve tan lejanas —en la actualidad apenas se distinguen—, pero, en su momento, no era descabellado ver  en el cine y la televisión dos caras diferentes del audiovisual, algo así como Jekyll y Hyde de la imagen y el sonido. Gracias a esta supuesta emisión en directo, Renoir introduce su relato, acercándose al personaje principal, Cordelier/Opale, un psiquiatra que ha abandonado la práctica para encerrarse en su mansión, donde lleva largos años investigando la mente humana; la suya. Tras la introducción del protagonista en su versión desatada y desbocada, el interés se centra en el segundo personaje de entidad, el notario Joly (Teddy Bilis), amigo íntimo del doctor, un hombre que se encuentra en paz consigo mismo, gracias a un equilibrio moral desconocido para el doctor.


La historia de 
El testamento del doctor Cordelier arranca con la aparición de un extraño personaje que ataca a una niña, a quien Joly salva con su intervención, aunque no logra atrapar al asaltante. A partir de aquí, ese individuo sin condicionantes morales, que se deja llevar por sus instintos primarios, se convierte en el centro de la búsqueda que empieza a dar sus frutos cuando Severine, un psiquiatra rival de Cordelier, dice que el hombre que buscan es un tal Opale y que reside en la casa de su homólogo. Con esta excusa, Renoir propone un viaje a rincones oscuros de la mente mediante una reflexión sobre aquello que reprime las emociones del ser humano, represión que podría derivar en el desequilibrio emocional, afectado por la soledad, los miedos, los deseos ocultos, las frustraciones o las creencias. Opale padece un desequilibrio, pero no como consecuencia de censurar sus sensaciones, más bien, lo contrario. Ajeno a condicionantes morales, realiza cualquier acción por ignominiosa que pueda parecer al individuo moral —igual ataca a una niña, que apalea a un transeúnte, agrede sexualmente a una prostituta o acosa a las enfermeras que trabajan para el doctor que visita,... En definitiva, no tiene freno ni sentido de culpa, no tiene remordimientos. Se siente liberado de cualquier atadura moral y vive en la plenitud de sus instintos y sus deseos. Sin embargo, una parte de sí mismo (el Cordelier oculto) reconoce que no puede continuar así, porque, desde su desarrollo racional, el ser humano lo es y vive en el equilibrio de la dualidad Opale (irracional) y Cordelier (civilizado, aunque, a veces, en su intento de dominar a su yo animal, lo desata).


Resulta evidente que el Opale-Cordelier de Renoir encuentra su reflejo en el 
Jekyll y Hyde de Stevenson, que sirven de modelo para que el director francés realice esta espléndida aproximación tragicómica a la conducta social y los deseos ocultos, algunos reprimidos en las profundidades de la psique, que a veces se desborda por el exceso de instintos y emociones reprimidas. Desde el inicio, las similitudes con el personaje creado por Stevenson son evidentes, ya que se trata de una adaptación del mismo; y el discurso de Renoir transcurre paralelo al discurso del autor escocés. Un laboratorio, un doctor que desaparece de escena siempre que aparece el Señor Opal y que informa al espectador de la posible dualidad moral que existe en un mismo ser y que finalmente se confirma, cuando el personaje escondido, Opal, delata el mal que sufre. Joly lo descubre mediante una cinta grabada por el propio Cordelier. Es entonces, cuando Renoir introduce una analepsis explicativa —mediante la voz grabada en el disco que reproduce el magnetófono—, que muestra cómo se ha llegado a esa grotesca y desesperada situación. De este modo se descubre que el prestigioso doctor ha sufrido el desequilibrio de su dualidad, liberando la parte que se desliga de ataduras morales y sociales. Desde esta perspectiva, El testamento del doctor Cordelier invita a reflexionar sobre esa parte del yo, que a menudo se evita porque resulta más sencillo y menos peligroso convencerse de su inexistencia o disimular su existencia, escondiéndola en un rincón oscuro, pensando que de ahí nunca saldrá a la luz; pero, como le sucede a Cordelier, quizá cualquier Opale podría rebelarse y provocar un estado que desequilibraría una relación emocional/racional armoniosa.

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