domingo, 26 de junio de 2011

La dama de Shanghai (1947)


Orson Welles se decantó por el uso de la voz en off del personaje principal (características reconocida del cine negro) para narrar la trágica experiencia de Michael O'Hara (Orson Welles) a lo largo de La dama de Shanghai (The Lady from Shanghai, 1947), la cual le ha acarreado terribles consecuencias. Michael así lo indica, justo antes de detener el carro que transporta a Rosalyn (Rita Hayworth), esa bella mujer por la que se sentirá irremediablemente atraído. Sin embargo, cuando O'Hara descubre que está casada intenta apartarse de ella, aunque en realidad no les es posible dejar de pensar en ella. Como consecuencia del rechazo de O'Hara a la propuesta de trabajo ofrecida por Rosalyn entra en escena uno de los personajes más importantes y mejor desarrollados, Arthur Bannister (marido de Rosalyn). Bannister (Everett Sloane) es un famoso criminalista, en quien se descubren aspectos destructivos y una clara dependencia de su joven y hermosa esposa. Arthur es un ser consumido por sus inseguridades (a pesar de aparentar confianza), puede que muchas se deban a su impedimento físico. Esta característica de su cuerpo ha afectado a su personalidad y le impulsa a tratar a quienes le rodean como si le perteneciesen (semeja querer recordarse su superioridad). Es él quien convence a Michael para que forme parte de la tripulación de su yate. La voz en off del protagonista reconoce la equivocación que significó aceptar el trabajo, ¿por qué lo hizo?. Las escenas que siguen muestran como la relación entre O'Hara y Rosalyn se estrecha y se confirma (algo que se presume desde el inicio del film), además, se produce la aparición de un nuevo personaje que cambiará el transcurso de la narración, George (Glenn Anders), el socio de Bannister. George le propone un trato a Michael, 5000$ por un asesinato, el suyo propio. Ante esta petición, a O'Hara no le queda más que pensar que George no está en su juicio, sin embargo, cuando éste le explica en que consiste su plan, ya no le juzga como loco; y acepta pactar con el diablo, él lo sabe, aunque no lo dice. Está dispuesto a todo, porque tiene claro lo que quiere y no puede prescindir de ello, se encuentra atrapado en la red de un amor que sabe puede resultar fatal. Los primeros planos de George cuando se dirigen hacia el muelle, presentan a un hombre sospechoso, que produce una constante sensación de peligro, que Michael debe asumir si desea conseguir el dinero que le proporcionaría un nuevo comienzo (que bien podría ser su fin).


Nutrida de personajes corruptos, que no quieren ni se quieren, La dama de Shanghai avanza al son que indica la evocación de Michael, que es consciente del fondo de cada uno de ellos, incluyendo el propio, pero que no puede alejarse porque existe un lazo más fuerte que el reconocimiento del peligro que le acecha. Las escenas están perfectamente rodadas, con una fotografía en la que claros y sombras se combinan según la situación en la que se encuentran los protagonistas. La luz ilumina el rostro de Rosalyn para resaltar su belleza y su descontento, pero siempre ofreciendo la sensación de estar o ante un ángel o ante un diablo. Así mismo, las sombras, se adueñan de las secuencias en las que la tensión cobran mayor protagonismo, para que transmitan la ansiedad que sufren los personajes y que presagian el desastre que amenaza con hacerse con el control de las vidas de unos seres que han traspasado el límite de lo moral. El metraje de La dama de Shanghai se muestra excelente, su estructura narrativa está perfectamente diseñada por un Orson Welles que se acoge a los cánones del film noir para ofrecer las tormentosas relaciones (tanto las internas como las externas) que dominan la existencia de unos seres que, para Michael O'Hara, no son más que tiburones. Cabe destacar la escena del juicio, breve, pero sin desperdicio o la oscura cita en un acuario aparentemente inocente y sin embargo inquietante. Pero sin duda, la más recordada, es la famosa secuencia final en el parque de atracciones, con una serie de espejos que proyectan varias imágenes de los personajes. Un final de altura, para una de las mejores películas de Orson Welles y una de las más representativas del cine negro de los años cuarenta.

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