martes, 21 de junio de 2011

La fuerza de las armas (1951)

¿Una guerra es buen momento para enamorarse? ¿Podría ese amor resistir la crueldad, la violencia y la muerte? El sargento Petersen (William Holden) nunca se ha planteado estas dos preguntas, él es un experimentado y valiente soldado. Un hombre que no duda en arriesgar su vida y la de su pelotón para poder salvar a otros soldados o para acabar con un enemigo que les acecha. Su condición de suboficial con iniciativa y con dotes de mando le proporciona un ascenso a teniente, que viene acompañado de una agradable noticia: cinco días de, más que merecido, permiso, alejado de un frente en el que sólo existe sufrimiento y muerte. Pete, así le llaman sus compañeros, llega a Nápoles, centro de operaciones del ejército aliado en Italia. Su intención es descansar, y olvidarse de los fantasmas que genera la contienda, pero su encuentro con la teniente Eleanor McKay (Nancy Olson), le abre un nuevo camino, una expectativa que se traduce en amor. Sin embargo, este sentimiento no resulta sencillo, la situación por la que atraviesan no es la más favorable para una relación que puede verse interrumpida en cualquier momento. Eleanor lo sabe, ha sufrido la perdida de un antiguo amor, desgracia que le advierte de que no debe enamorase de nuevo, porque una nueva pérdida sería insoportable. Pete, hombre hasta entonces solitario, siente algo nuevo en su interior, sin saber cómo actuar no puede reprimir el impulso de compartirlo con ella, pero ante su desconcierto es rechazado. Sin embargo, ninguno de los dos puede luchar contra sus corazones y, finalmente, aceptan el fluir de esas emociones que han nacido en un mal momento, pero que de otra forma nunca hubiera sido. Superadas las reticencias iniciales, se comprometen antes de que el teniente Petersen regrese al frente. Es en ese campo de batalla, lugar en el que se desenvolvía con soltura e iniciativa, donde sufrirá la consecuencia de sentirse aferrado a un sentimiento que le vuelve más cauto. No actúa como antes, prisionero de un pensamiento que le conduce hasta ella. ¿Esa intensa sensación de apego es la culpable de la muerte de su amigo, el mayor Blackford (Frank Lovejoy)? Este interrogante le sume en un profundo sentimiento de culpa que no superará hasta que se enfrente tanto a la teniente como a sí mismo. Este sería el entorno que Michael Curtiz expone, con solidez y acierto, un romance imposibilitado por una contienda, que no entiende de sentimientos ni de vidas. La fuerza de las armas (Force of arms) se convierte en un alegato contra un sin sentido que arruina las vidas de todos los que se ven involucrados, y lo hace desde la sencillez narrativa, sin que necesite de grandes ostentaciones técnicas, ni de un guión rebuscado o empalagoso (que guarda ciertas similitudes con Adiós a las armas escrita por Ernest Hemingway). Curtiz va al grano, son dos personas que se encuentra, se atraen y simplemente se enamoran, y que comprenden que el loable sentimiento que les une se ve amenazado por esa guerra de la que no pueden huir y que puede terminar con él.

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