lunes, 13 de junio de 2011

Testigo de cargo (1957)


Tanto las comedias como los dramas de
Billy Wilder son los sueños de engaños de sus protagonistas, que asumen el todo vale para conseguirlos o perderlos. A menudo, esa es la recompensa a los esfuerzos de hombres y mujeres como los que brillan en Testigo de cargo (Witness for the Prosecution, 1957), film que asume aspecto de intriga judicial pero, sin demasiado esfuerzo, se descubre como una magistral comedia, una de las grandes farsas de Wilder. El cineasta evidencia su ironía y su sentido del humor, en este caso, negro, aunque ¿cuándo no? Juega con el público y con sus personajes mientras introduce ambiciones e imperfección humanas, de las cuales se ríe. Anima a que sus personajes mientan, oculten, ideen o pongan en marcha planes que les acerquen a la meta que se han propuesto, aunque esas metas sean pequeñas debilidades como las que agudizan la picaresca del abogado interpretado por un magistral Charles Laughton. Sencillamente, engaña a su enfermera (Elsa Lanchester), que le habla como a un niño de tres años, para poder disfrutar de un buen cigarro o del licor que introduce en el termo que su pasante (y cómplice) cambia por el de cacao. Abraza el engaño porque se ve obligado a hacerlo, ya que acaba de sufrir un ataque al corazón y su niñera lo vigila y le recuerda constantemente que debe apartarse de las emociones fuertes y llevar una vida saludable, alejada de los placeres que a él le permiten sentirse vivo. Para soportar dicha situación, o mejor dicho, para ocultar sus travesuras a su cuidadora emplea la picaresca y su temperamento. En estos dos personajes se percibe el toque que Wilder imprime en sus comedias, ya que entre ellos surge una relación amor-odio obligada por las circunstancias, pero, más allá de las apariencias, entre ambos existe complicidad.


Puede que 
Testigo de cargo pase por suspense, quizá porque está basado en la obra homónima de Agatha Christie, y Wilder no lo desmiente, pero emplea la intriga y el juicio a Leonard Vole (Tyrone Power) para dar rienda suelta a la burla o ¿no es una caricatura de la caballerosidad británica la competición legal que se desarrolla en el tribunal de un juez de fina ironía? La historia comienza con la llegada al hogar de Sir Wilfrid (Charles Laughton), prestigioso abogado criminalista, tras su convalecencia en un hospital. A este hombre le han prescrito que no debe ejercer su especialidad, pues su salud no se lo permite. Lo acepta a regañadientes, quizá sin perder la esperanza de poder vivir un nuevo desafío. Así, pues, cuando Vole se presenta en compañía del procurador (Henry Daniell), el abogado desatiende al primero y centra su atención en el plano-detalle de los cigarros que el segundo guarda en su chaqueta. Eso lo convence, no puede reprimir la necesidad de fumarse uno, de modo que decide escucharles y Vole le cuenta que es un inventor sin suerte, que mantuvo una relación de amistad con la víctima del asesinato, Mrs. French, una viuda millonaria, del que posiblemente se le acuse; inconveniente que le ha llevado hasta Sir Wilfrid, quizá el mejor criminalista de toda Inglaterra. Mediante una analepsis se comprueba como el sospechoso traba amistad con la víctima. Mr. French es una mujer solitaria, que añora la compañía de un hombre que la haga sentirse viva. Tras esta presentación, Wilfrid se convence, pero no sin antes someter al presunto asesino a la prueba del monóculo (escena que muestra el ingenio del director). Contradiciendo las órdenes de los médicos acepta el caso, ya que no alberga duda alguna respecto de la inocencia del sospechoso. Pero, únicamente cuenta con el testimonio de Christine (Marlene Dietrich), esposa de Vole (ya encarcelado). Sin embargo, su frialdad y un aire amenazador que no la abandona, convencen al abogado que no les conviene presentarla como testigo.


Testigo de cargo gana enteros cuando Charles Laughton asume el protagonismo (prácticamente todo el metraje), y se resiente (un mínimo) en la duración del último retroceso temporal, cuando Christine y Leonard se conocen en un Berlín similar al expuesto en Berlín occidente (A Foreing Affair, 1948), de hecho, en ese pasado, Dietrich asume un rol similar al que interpretó en aquella. A pesar de ese pequeño descenso en el ritmo narrativo, éste se recupera para mostrarnos el juicio contra Vole (magnífico en toda su duración). ¿Es culpable o inocente? Las pruebas que se presentan son circunstanciales, la actuación de Sir Wilfred es soberbia y nos muestra el por qué de su gran reputación. Para él no hay duda, además las declaraciones de los testigos son fácilmente rebatibles, ya que se trata en la mayoría de los casos de suposiciones sin fundamento, y que alcanzan hilaridad en el testimonio del personaje interpretado por Una O'Connor. Testigo de cargo resulta con su excelente combinación de humor y suspense, que no deja de entretener y sorprender, una imprescindible aproximación de Billy Wilder al cine de misterio e intriga, además de ser una espectacular prueba de que por mucho que se le tilde de director de comedia, él era un soberbio director de películas imperecederas que perduran en la memoria de quienes tienen el buen juicio de verlas.



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