viernes, 1 de julio de 2011

El halcón maltés (1941)


Los primeros años de la década de 1940 sirvieron para que varios grandes guionistas pudiesen acceder a la dirección, y uno de esos monstruos cinematográficos era John Huston, que debutó en la realización con un film mítico, basado en una novela de Dashiell Hammett, que el mismo adaptó y que con anterioridad ya había sido trasladado a la gran pantalla. El halcón maltés (The Maltese Falcon, 1941) se encuadra dentro del cine negro propiamente dicho, su pesimismo se posa sobre un grupo de seres ambiciosos que persiguen un sueño, representado en la figura de un halcón. A pesar de ser su debut, Huston no era ningún novato, del mismo modo que tampoco lo era su protagonista, Humphrey Bogart, actor que aceptó el trabajo cuando intérpretes consagrados se negaron a hacerlo por ser un debutante quien estaba al frente del proyecto. A Bogart le salió redondo, a John Huston perfecto, ya que no podría haber logrado una mejor ópera prima, en la que demuestra un talento narrativo excepcional mientras deambula por un universo de perdedores y soñadores, personajes que caracterizarán su mejor cine. La primera escena se desarrolla en la oficina de Spade y Archer, investigadores privados. Lugar al que acude en busca de ayuda Brigid O'Shaughnessy (Mary Astor). Sin embargo, expone una situación que se aleja de la verdad, una realidad que Sam Spade empezará a entrever cuando su socio es asesinado, crimen que parece importarle lo más mínimo. A Spade solo le importa Spade, semeja un hombre frío, duro, cínico y efectivo. La mujer que le ha contratado miente, el investigador lo sabe, así como miente Joel Cairo (Peter Lorre) y Gutman (Sydney Greenstreet). ¿Por qué no iba a mentir él también? Todos ocultan parte de su juego, semeja una partida de póker en la que el ganador se llevará el ansiado pájaro negro, un ave de oro macizo adornada con las piedras preciosas más hermosas, o eso es lo que reza la leyenda que ha fomentado el deseo de estos peligrosos soñadores. Todos la quieren, incluso Sam, este fuerte anhelo se convierte en un búsqueda violenta y mortal, en la que la vida nada vale porque es el halcón maltés el que posee todo el valor. La atmósfera que se respira es negra, tanto como el color bajo el que se ocultan las maravillas anteriormente citadas o tanto como la noche en la que se mueven o el pesimismo que rezuma el personaje de Bogart. Él es el único que reconoce una realidad, aunque no deja de ser la suya, que debe arreglar para salir airoso del entuerto creado por la ciega avaricia que mueve a esos individuos que se han presentado en su vida y la han alterado hasta el extremo de correr un peligro mortal. Sin embargo, el detective es un hombre de recursos, controla a sus oponentes, y lo hace mostrando diferentes caras, cada una de ellas utilizada en el momento preciso. Este jugador de ventaja, ya que lo otros se encuentran confundidos por ese sueño que no les permite ver más allá de la figura del halcón, consigue sus ases y los juega a la perfección para lograr un premio que está hecho del material con que se hacen los sueños, aunque para ello se ve obligado a sacrificar un amor que se opone a su férreo código moral. Los diálogos que se desarrollan en El halcón maltés son rápidos, contundentes, inteligentes y destapan la esencia de los peligrosos personajes que deambulan por una oscuridad que, gracias a la excelente fotografía en blanco y negro, realza la sensación de no retorno en la que se ven involucrados todos estos buscadores del ave, quienes no dudarán en sacrificar cualquier cosa con tal de alcanzar su sueño, la riqueza que representa el halcón.



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