miércoles, 13 de julio de 2011

El sabor del sake (1962)

Yasujiro Ozu sienta a sus personajes y sitúa la cámara a la altura de estos, les sirve sake, cerveza o whisky, y permite que hablen de sí mismos y de sus preocupaciones. El sabor del sake (Sanma no aji) presenta un nuevo Japón, invadido por letreros luminosos que anuncian los locales de tipo occidental que empiezan a abundar en las ciudades; una nueva cultura se impone en un país de fuerte arraigo tradicional, donde el baseball ha irrumpido con fuerza y los neones ya forman parte del ámbito urbano. Los consumidores de sake son tres amigos, adultos, que se reúnen con frecuencia para charlar sobre ellos y el mundo que les rodea. Uno de ellos está casado con una mujer de la edad de su hija, circunstancia que choca y divierte a sus compañeros; otro pretende casar a la hija de Hirayama para que ésta no se convierta en una solterona. El tercero, Hirayama (Chishu Ryu), es un viudo que vive con dos de sus hijos, sin darse cuenta de que su pequeña ya es una mujer. Poco a poco, este buen hombre abre los ojos ante las necesidades de su hija y las suyas propias, sobre todo cuando, él y sus amigos, invitan a un antiguo profesor a pasar una velada con algunos de sus antiguos alumnos. Durante la cena descubren la profunda amargura y soledad que domina al jubilado, quien intenta alejarlas mediante el consumo de alcohol, algo que podría suceder a Hirayama si no reflexiona sobre su propia existencia. Así pues, lo hace y comprende que lo mejor para su hija es el matrimonio, de este modo evitaría que algún día pudiese encontrarse en la misma situación que la hija del Cebolla (el antiguo profesor), sola, ajada y triste. El sabor del sake (como en otras producciones del director) plantea las diferencias entre los viejos tiempos y los nuevos, entre la tradición y la nueva cultura, consecuencia de la pérdida de una guerra, que para muchos resulta mejor haberla perdido. La historia se expresa desde un intimismo pausado, que acerca a los personajes gracias a su exposición narrativa, algo que se pretende y se consigue, para poder comprender las sensaciones y las preocupaciones que invaden sus mentes. Ozu muestra un talento sensible con el que consigue reflejar una sociedad que vivía entre esos dos mundos, que finalmente tendrían que fusionarse, del mismo modo que Hirayama debe aceptar los nuevos tiempos y la marcha de una hija, que a pesar de casarse, no lo hace con quien quiere, sino con quien puede, ya que el hombre que le gusta se encuentra comprometido. Sin duda, resulta triste pensar que esta joven debe aceptar un compromiso por el mero hecho de no permanecer en un estado de soltería (punto de vista tradicional), del mismo modo que triste resulta el significado de la ceremonia para un padre que la compara con un entierro. Pero, ¿qué podía haber hecho? Mantenerla a su lado acarrearía la desgracia para la muchacha. Una vez más, Yasujiro Ozu, ofrece la oportunidad de indagar acerca de un Japón intimista y humano, que enfrenta la tradición, vigente, con la modernidad que pretende ocupar su lugar y guiar al país hacia un nuevo modo de vida, en el cual, seres como los tres amigos deberán aprender e integrarse para no quedar fuera.

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