viernes, 29 de julio de 2011

El silencio de un hombre (1967)


La inexpresividad de la que hace gala Alain Delon a lo largo del metraje de El silencio de un hombre (Le samouraï, 1967) resulta perfecta para mostrar a un personaje carente de sentimientos, frío y letal; no obstante, esas características no se ajustan del todo a la personalidad de Jef, porque, a pesar de su silencio y de su aparente insensibilidad, es humano y siente. El samurái teme, aunque no lo exteriorice, y siente algo hacia Jane, aunque no lo demuestre. También sufre la soledad, que le aparta de todo y de todos, pero guarda sus quejas tras el muro de silencio porque su profesión le ha llevado hasta ese extremo. Tanto el protagonista como el conjunto de Le samouraï son una muestra magistral del policíaco realizado por Jean-Pierre Melville, un magnífico director que se convirtió en el máximo exponente del polar francés, cuyos personajes son seres condenados de antemano, tal y como se descubre en Jef, un espléndido retrato de un asesino a sueldo; solitario, callado y letal…


Jef Costello es el principal sospechoso de un asesinato que sí ha cometido, sin embargo, la policía no puede probar su autoría. Jef tiene un cuartada perfecta, apoyada en la declaración de Jane (Nathalie Delon) y de un hombre que cree haberle visto salir del piso de la chica. Por otro lado, los testigos presenciales del crimen no se definen. Estos dos hechos obligan al comisario (François Périer) a poner al presunto asesino en libertad; sin embargo, el policía no deja que se marche sin más y ordena a sus hombres que le mantengan vigilado, porque continúa siendo el principal sospechoso. Jef no ha matado porque sí, ni por accidente, lo ha hecho porque a eso se dedica; para él sólo es cuestión de dinero, el mismo que pretende cobrar y que no recibe porque quienes le han contratado, a través de un intermediario, desean eliminarle, ¿Por qué? El miedo a que Costello haya sido puesto en libertad como parte de un plan para atraparles les impulsa a ello, no obstante fallan, y el instinto de supervivencia del solitario asesino le advierte de que debe encontrar a su pagador antes de que vuelvan a atentar contra su vida. Su trabajo no es una labor que se pueda considerar normal, por ello debe ser extremadamente meticuloso a la hora de realizar los encargos que se le encomiendan. Es un profesional y, como tal, ha preparado su coartada para protegerse en el hipotético caso (que se convierte en realidad) de tener que participar en una rueda de sospechosos que le enfrente a testigos que no le han visto el rostro, salvo la pianista (Caty Rosier) del local donde se produjo el asesinato que sirve como eje para que se desarrolle la historia. No obstante, por algún motivo que Jef desconoce, ella no le delata; algo anómalo sucede, el silencio de la pianista no le cuadra, y debe descubrir el por qué y quién o quiénes han ordenado su eliminación, pero esa será una parte de sus preocupaciones, ya que la policía no cesa en su empeño de inculparle.

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