jueves, 14 de julio de 2011

La casa número 322 (1954)

Oscuro, tenso, solitario y pesimista, con personajes característicos (la mujer fatal, el hombre que se deja corromper o una persona cercana que amenaza con desbaratar un plan, casi, perfecto), La casa número 322 (Pushover) es un destacado ejemplo de narrativa negra y una de las mejores películas de Richard Quine. En ella se potencia la fatalidad que persigue, desde su inicio, la relación que se desarrolla entre Paul Sheridan (Fred MacMurray), agente de la ley, y Lona McLane (Kim Novak), la novia del atracador y asesino a quien el policía intenta atrapar. Antes de que se produzca su primer contacto se descubre a Paul vigilando el piso de la chica desde el apartamento de enfrente. A su lado se descubre a Rick (Phil Carey) y a Paddy (Allen Nourse), los dos detectives con quienes comparte turno de vigilancia. Hasta ahí todo parece normal, no hay señal de Harry Wheeler, la chica no hace nada sospechoso. Pero, Lona no resiste más la situación y propone a Paul quedarse con el dinero del atraco en cuanto Harry aparezca. La casa número 322 guarda similitudes con Perdición (Billy Wilder, 1944), en su protagonista, Fred MacMurray, y en su planteamiento inicial, en el que un hombre en apariencia honrado se deja arrastrar por una mujer y por su propia ambición, oculta hasta ese momento, hacia un asunto turbio en el que no podrá dar marcha atrás. Sin embargo, ahí se acaban las similitudes con la película de Wilder, ya que la de Richard Quine también posee personalidad propia al desarrollar una situación en la cual los agentes de policía observan a la sospechosa, sin que ésta lo sepa, además, observan a otras personas del edificio, ¿es su obligación o es algo innato en el ser humano la curiosidad por las vidas de quienes les rodean? Ese mismo año, Alfred Hitchcock planteaba el tema de voyeurismo en la excepcional La ventana indiscreta, donde el personaje interpretado por James Stewart pasa su convalecencia tras la ventana de su apartamento, observando, con la ayuda de unos prismáticos, los quehaceres de sus vecinos. Así pues, se encuentra a Paul Sheridan observando a la mujer que desea, una tentación que no puede resistir, a pesar de que es consciente de que se trata de una mujer que le traerá problemas. Lona no es una femme fatale del estilo de Phyllis, el personaje interpretado por Barbara Stanwyck en Perdición, sino, más bien, se trata de una persona que acepta la seguridad económica que le proporciona su amante, aunque detesta la soledad que eso conlleva. El personaje de Kim Novak (su debut en el cine) se plantea quedarse con el dinero, no por ambición, sino para poder empezar una vida junto a Paul. Algo parecido le ocurre al detective, quien planea quedarse con la pasta del atraco, no por el dinero en sí, al menos al principio, sino porque cree que sin el botín nunca podría retener a una chica como Lona. La casa número 322 resulta trágica y, como tal, se presiente que la pareja de amantes clandestinos no puede triunfar. Su relación está condenada al fracaso o, al menos, es lo que se intuye como consecuencia de la oscuridad que domina la película. Prácticamente todo el metraje se desarrolla por la noche, el turno de Paul es nocturno, en una habitación oscura, porque la novia del atracador no debe descubrir su presencia. Esa oscuridad es un presagio, enrarece la atmósfera y produce una sensación de desesperanza, aunque más preciso sería decir de desesperación. Esa desesperación pronto dominará a Paul, ya que la situación se le escapa de las manos, el plan perfecto, ya no lo es, tiene fallos con los que no había contado. Todo se vuelve en su contra, sin embargo, ya no puede echarse atrás. Es algo que sabe y que acepta, sólo le queda actuar a la desesperada. 

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