domingo, 10 de julio de 2011

Viaje alucinante a una clase aburrida de biología marina: Veinte mil leguas de viaje submarino



Cuando leí por primera, segunda, tercera, cuarta,… a Julio Verne, me pregunté una, dos, tres… ¿dónde estaba la fantasía, pues había escuchado que las novelas de Verne eran relatos llenos de aventuras, inventiva e imaginación, algo que, tras su lectura, descarté, al comprender que en sus novelas prevalecía la didáctica o la exposición de sus conocimientos científicos, quizá para mostrar una idea revolucionaria o novedosa (aunque también basada en conocimientos previos). Cuando abrí las tapas de Veinte mil leguas de viaje submarino (Vingt mille lieues sous les mers), esperaba fantasía, aventura y emoción, pero nada más alejado de la realidad o de la ficción. Lo que encontré en las páginas de esta popular novela de aventuras fue a un narrador que se deleitaba y recreaba citando  nombres científicos que designaban las especies submarinas vistas desde el Nautilus en sus viajes entre las aguas de los mares y océanos del planeta. Pero el autor no se conforma y profundiza en su clasificación regalando el reino, la familia, el orden, la especie, género, etc. De este modo, la ilusión con la que se emprende el viaje submarino decae hasta el punto de estar leyendo un tratado, con todo lujo de detalles, del, por aquel entonces, misterioso mundo acuático. Así mismo, sus personajes carecen de credibilidad, no son reconocibles, poco o nada profundos. El profesor Aronnax no deja de ser un erudito que no transmite más que ideas academicistas y lineales, ya que parece no poseer más sentimiento que la necesidad de detallar el mundo submarino que contempla. Algo similar le ocurre a Conseil, su ayudante, un hombre que bien podría ser un robot o un ordenador donde guardar datos, del mismo modo que, el único que pretende escapar, Ned Land, no puede evitar ser un personaje carente de sentido, a pesar de ser quien sueña con la libertad, ya que el propio autor lo relega a un plano de mera comparsa, siendo el verdadero protagonista una clase de ciencias o de historia natural. Y qué decir del capitán Nemo, a pesar del intento de Julio Verne por dotarle de una entidad dramática y misteriosa, quizá se encuentren mayor sentimiento, veracidad e inquietud en su tocayo pez payaso de Pixar. Sin embargo, Veinte mil leguas de viaje submarino se sustenta sobre una buena e imaginativa idea, pero que no se plasma desde la imaginación, sino desde una descripción minuciosa y meticulosa que provoca que su lectura pierda el interés que promete, pero que no cumple. Esta misma situación se produce en otras novelas de este excelente conocedor de datos e ideas adelantadas a su tiempo, pero que se deja arrastrar por los numerosos conocimientos de los que dispone, que al final ocuparían la mayor parte del relato, relegando a la aventura y a la fantasía a un plano prácticamente inexistente. No obstante, se debe reconocer una labor intachable en cuanto a la recopilación de datos, así como resulta lícito decir que la visión de Julio Verne para escoger temas fue excepcional para la época en la que escribió. Con su pluma pudo ofrecer unos mundos que para sus contemporáneos evocarían la fantasía y las más arriesgadas aventuras, mas con el paso del tiempo se ha perdido esa inocencia como consecuencia de los avances que el mismo profetizaba, y muchos otros con los que ni siquiera contaba. En conclusión, la fantasía y la aventura deben ayudar a que el lector deje volar su imaginación, algo que no ocurre cuando se lee Veinte mil leguas de viaje submarino, cuya lectura conduce al lector a una constante e interminable sucesión de nombres que la acercan a una aburrida clase de biología marina (porque las clases según se enfoquen también pueden ser o una aventura o un discurso didáctico sin sentido).



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