miércoles, 31 de agosto de 2011

Almas sin conciencia (1955)

 Rodada entre La strada (1954) y Las noches de Cabiria (1957), Almas sin conciencia (Il bidone) mantiene ciertas influencias del neorrealismo al tiempo que prioriza la interioridad de los personajes escritos por FelliniEnnio Flaianno y Tullio Pinelli, sobre todo Agusto (Broderick Croawford), un hombre sumido en una soledad que le consume y que le mantiene atrapado. Para retratar almas solitarias, perdidas y sin conciencia, el director y guionista de Rimini contó con los actores estadounidenses Broderick Crawford y Richard Basehart y con su esposa la actriz Giulietta Masina, que encabezaron el reparto de una película que presenta una realidad social desde las individuales de seres que existen y existirán porque posiblemente engañar y dejarse engañar forma parte de la condición humana, la misma que define a Augusto, quien, queriendo engañar, se engaña a sí mismo. Este individuo amoral se vale de la mentira para sacar provecho de la ambición de sus víctimas, de ese modo consigue las liras que le permiten continuar viviendo una existencia vacía que no le conduce a parte alguna. Sus compinches, Carlo (Richard Basehart) y Roberto (Franco Fabrizi), son más jóvenes que él, pero no mejores. Ninguno de los tres se plantean el daño que hacen, ni en aquellos a quienes timan. Lo único que desean es conseguir ese dinero fácil que les permita seguir un día más, lo que provoca que Carlo sea un reflejo lejano de Augusto, lo que implicaría que, con el paso del tiempo y de seguir por ese camino, se convertirá en alguien semejante a su amigo. Augusto se descubre como un ser solitario, fracasado, al borde de una vejez que llega sin aviso y que, sobre todo, se muestra desesperanzada y parece negarle la opción de enderezar un rumbo que no le conduce a ninguna parte. Ni siquiera la aparición de su hija adolescente, a quien no ve desde hace más de un año logra encauzar su senda, quizá no porque él no quiera, sino por la intervención inexperada de un destino que le aparta bruscamente de ella, cuando intentaba retomar una relación deteriorada por su afición al engaño. Ese mismo destino, motor caprichoso que a menudo no advierte que hará reaparecer en el presente hechos del pasado, también se presenta ante Carlo e Iris (Giulietta Masina) en una fiesta donde esta última descubre la verdadera ocupación de su marido y la de sus amigos. Siempre había sospechado, temido y rechazado la idea de que Carlo fuese un delincuente, mas ahora las evidencias son irrefutables. Carlo sabe que debe cambiar, es consciente de que, si continúa con ellos, su mujer y su pequeña acabarán marchándose y él se convertirá en un ser solitario y consumido como Augusto, algo que, evidentemente, no desea. Sin vuelta atrás, la vida de Augusto continúa sin grandes cambios, se encuentra como al principio, su aparente falta de conciencia le obliga a regresar a unos hábitos que le proporcionan esa ganancia insignificante, a costa de una gran pérdida para aquellos que se dejan embaucar por él  y por seres como él, almas sin conciencia que sobreviven porque también las víctimas pretenden sacar algún provecho de una situación que se les presenta propicia y que sin embargo les resultará costosa.

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