jueves, 4 de agosto de 2011

Barry Lyndon (1975)


Redmond Barry (Ryan O'Neal) sería una especie de pícaro a la fuerza, obligado a deambular por media Europa como consecuencia de un engaño que le lleva a creer que ha matado a un hombre en el transcurso de un duelo. El motivo de la disputa se encuentra en el amor único y verdadero que el joven Barry cree sentir hacia su prima, quien, sin contar con los sentimientos del joven, juega con él, como si fuese su mascota.

Más o menos, éste sería el inicio de las andanzas de Redmond, que se extienden a lo largo de los años y que le permiten variar de ocupación, algunas elegidas por voluntad propia y otras impuestas por las circunstancias que dominan su vida. Fugitivo, víctima, soldado británico durante La Guerra de los Siete Años, desertor, amante, soldado prusiano durante la misma guerra, policía, espía, criado o jugador son las tareas que se suceden hasta que, finalmente, alcanza el éxito, como consecuencia de la muerte de sir Lyndon que le abre las puertas del matrimonio con la viuda y rica condesa de Lyndon (Marisa Berenson).

Stanley Kubrick desarrolla el largometraje en dos partes diferenciadas por dos rótulos que anuncian los acontecimientos que se narran en cada una de ellas. La primera parte ofrece una perspectiva, más o menos, picaresca en la que se presenta al joven Redmond Barry y los avatares sufridos durante su ir y venir hasta que le conducen a conocer a la condesa. La búsqueda de su lugar en el mundo conduce a Barry a pasar por numerosos trámites del los que tendrá que salir utilizando su ingenio y su aptitudes. Durante esta primera parte se puede apreciar la perfecta ambientación de la que hace gala el film, una meticulosa reconstrucción de la época, en la que cada detalle se cuida al máximo.  La segunda mitad se centra en la madurez de Barry, pierde el aire picaresco y se desvela como un drama de contenido trágico. Redmond se ha convertido en Barry Lyndon, ha alcanzado una fortuna que no le pertenece, pero de la que dispone a su antojo gracias a su unión con Lady Barry. Desde el principio del matrimonio, las relaciones se observan frías, distantes, dañinas para la esposa, ya que se sabe que Barry no la ama, la engaña y da rienda suelta a sus instintos primarios, algo que no pasa desapercibido a los ojos del pequeño hijo de lady Lyndon.

Barry Lyndon destaca por su excelente estilo visual, su ambientación y vestuario, cuidados hasta el más mínimo detalle para recrear la época en la que se narran los acontecimientos, y una partitura musical que aumenta el lirismo trágico que se percibe a lo largo de los minutos. Stanley Kubrick, fiel a sí mismo, controla todos y cada uno de los aspectos de su producción, su meticulosidad se muestra en cada plano y le sirve para mostrar el auge y caída de un ser que se ve condenado a alcanzar la gloria, pero también a sufrir el peor de los ocasos. El destino del joven Barry está escrito, la perdida de la inocencia, la guerra, las malas compañías o el recuerdo de un hogar prohibido le marcan y le conducen a la perdida de su candidez e inocencia inicial, para convertirse en un ser ambicioso que ha olvidado lo que significa sentir. Sin embargo, el nacimiento de su hijo consigue que su corazón recupere parte de ese amor incondicional que había sentido años atrás. Mas Barry es un hombre atormentado por la amenaza de perder cuanto ha conseguido, pues por sí mismo nada posee, todo cuanto tiene pertenece a su esposa, y la muerte de ésta o su rechazo podría dejarle sin nada. El nuevo señor Lyndon gasta dinero, compra terrenos a precios desorbitados y, finalmente, se endeuda, todo porque pretende comprar un título nobiliario que le permitiría una renta propia. Lo qué sí consigue, sin tener que gastar dinero, es empeorar la relación con su hijastro, situación que marcará parte de su futuro, como también la marcará el devenir de unos hechos que se presentarán trágicos. Aunque imperfecta en su búsqueda de perfección, Barry Lyndon es una magnífica película, que se mueve sin prisas, a través de las explicaciones de ese narrador invisible, porque precisa su tiempo para mostrar a un joven que de la nada se convierte en Señor y de Señor se convierte en nada. Su riqueza, sus imágenes y su música hacen de Barry Lyndon un film poético cargado de ironía y drama que se disfruta o sufre observando como los designios del destino manejan a Redmond Barry, porque su vida y los hechos que la llenan se mantienen ajenos a su control.

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