jueves, 4 de agosto de 2011

La quimera del oro (1925)


La fiebre del oro se desató entre los miles de individuos que, atraídos por la llamada del 
metal, corrían hacia los inhóspitos e inexplorados parajes donde el dorado metálico hacia su aparición. La febril ilusión de hacer real la felicidad prometida se asoció a la búsqueda del metal, a la feliz riqueza que supondría su posesión. Era la oportunidad para los aventureros y la esperanza para soñadores solitarios como el vagabundo interpretado por Charles Chaplin en La quimera del oro (The Gold Rush, 1925). La felicidad y la negación de la misma son constantes que persiguen al peregrino chaplinesco, el iluso que sueña y se mueve en busca de su lugar, que camina hacia su sueño, hacia la esperanza de hallar un espacio que trascienda lo material para ser decididamente humano, aquel donde el amor, la compasión y la solidaridad alejen la grisura -hambre, soledad y miseria- a la que su hombrecillo parece condenado. Aunque se presente desorientado, nunca pierde el norte. Es el superviviente que se traslada al territorio de Alaska con la esperanza de encontrar la veta que le depare un final feliz. Las condiciones físicas y meteorológicas que reculan los sueños de grandeza y riqueza de otros, no afectan al hombrecillo de bigote, levita raída, bastón y sombrero hongo, que resiste las inclemencias del medio natural para poco después encontrar una cabaña que le protege de la tormenta. En esa choza, que amenaza caerle encima, encuentra un refugio móvil que reúne a otros dos buscadores en similar situación. Chaplin aprovecha esta casa de madera para realizar los gags más divertidos de su película, además, la emplea como dos escenarios diferentes: la cabaña alejada de la civilización y la que sirve de hogar en el pueblo minero a donde llega después de separarse de Big Jack (Mack Swain). En la pequeña población conoce a Georgia (Georgia Hale), una mujer que no le es indiferente. Desde el humor, La quimera del oro muestra las duras condiciones a las que se vieron sometidos miles de hombres y mujeres que perseguían un sueño, y que muy pocos tuvieron la fortuna de alcanzar, entre medias, se muestra la amistad que surge entre esos seres llenos de ilusión y de desesperación, dos emociones opuestas que se pueden apreciar en el vagabundo y en Big Jack, sobre todo cuando Jack intenta comerse a su pequeño amigo, a quien confunde con un pollo como consecuencia del hambre que no pudo saciar cuando compartió con él un viejo zapato al vapor que no sació el apetito de ninguno de los presentes, entre quienes ya no se contaba a Black Larsen (Tom Murray), el tercero en discordia, que había partido poco antes en busca de ayuda. Finalizada la tormenta, sus caminos se separan y la odisea dorada conduce al personaje principal al pueblo ya citado, donde se expone la relación que surge entre el héroe y su idolatrada y futura conquista, pero, para que la relación llegue a buen puerto, tendrá que emplearse a fondo, y uno de los trucos utilizados para conquistarla consiste en la imaginativa danza de panecillos durante una cena en la que habían puesto toda su ilusión, la misma que Chaplin transmitía a través de sus películas.

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