lunes, 1 de agosto de 2011

The Warriors (1979)



Tras acudir a la macro reunión de pandillas organizada por una especie de mesías, que responde al nombre de Cyrus (Roger Hill), las calles y las estaciones de Nueva York se convierten en un territorio hostil para los representantes de los Warriors que han acudido al evento. La visión de este líder pandillero consiste en reunir a todos los miembros de estas hordas urbanas violentas para hacerse con el control de la ciudad. Sin embargo, su sueño apenas dura un suspiro ya que es asesinado por Luther (David Patrick Kelly), líder de los Rogues, ante la mirada, incrédula, de uno de los miembros de los Warriors. Este hecho provoca que el asesino acuse a la banda que le ha descubierto de un crimen que desata la sed de venganza del resto de los presentes. El jaleo está servido, centenares de  jóvenes se dejan arrastrar por la ira y por el desorden. Los guerreros se convierten, sin saberlo, en el blanco de los ataques. Sin otra opción, deben huir y regresar a territorio seguro, pero para alcanzar la meta tendrán que recorrer gran parte de una metrópolis que se torna amenazante y mortal. Sin armas, sin saber dónde surgirá el próximo ataque, inician una huida que les enfrentará a otras tribus que no dejarán de perseguirles. The Warriors se convirtió en un film de culto, una película que se presenta violenta, pero entretenida, por la que deambulan pandillas reconocibles e uniformadas que se consideran a sí mismas como ejércitos. Para los Warriors es un orgullo vestir sus colores, un chaleco marrón con su símbolo a la espalda (es natural que se sientan orgullosos, al menos no visten con un traje de jugador de baseball o de mimos, entre otras indumentarias que más que respeto o temor infunden risa). The Warriors se desarrolla durante la noche, en unas calles casi desiertas, dominadas por las diferentes tropas cuya única misión consiste en atrapar a quienes consideran culpables de un crimen por el que deben pagar. La orden de caza llega a todas partes gracias, entre otros medios, a la radio. Desde las ondas radiofónicas se informa, como si se tratase de una competición, de la suerte que corre el grupo perseguido, unos guerreros que se encuentran inmersos en una odisea que les enfrentará a la policía, a pandillas rivales y a las diferencias que surgen entre ellos. La narración se sucede rítmicamente, centrándose en esos ocho muchachos (pues uno ya ha caído) de Coney Island y en Mercy (Deborah Van Valkenburg), una chica que se les une. A medida que transcurre la huida, las amenazas provocan que se dispersen en subgrupos, pero antes de que esto suceda Swan (Michael Beck) se erige en el personaje principal, condición que no resulta del agrado de Ajax (James Remar), quien también pretende asumir el mando, sin embargo, este último es menos inteligente que el silencioso Swan, quien pretende liderar el regreso a casa. De este modo se descubre en el jefe de guerra a un muchacho diferente al resto de sus compañeros, él piensa, cualidad que le permite comprender la necesidad de algo mejor, aunque en ese momento lo único en lo que debe pensar es cómo regresar a un hogar que quiere abandonar. Walter Hill utilizó las calles de Nueva York como si se tratasen de lugares apartados de la civilización, ajenos al orden, brutales, dominados por el caos y las hordas salvajes que moran en que cada una de las zonas por la que deben transitar los Warriors camino a Brooklyn. Esas tribus atacan, persiguen y desean destruir a un enemigo que huye hacia un emplazamiento donde, supuestamente, no serán atacados, su hogar. Este hecho descubre cierta influencia que el western ejerce en el director, cuestión que no niega, no en vano es un género al que ha recurrido en diversas ocasiones, tanto como director como guionista y en el que ha obtenido buenos resultados y que en cierto modo le emparenta con un excelente director como lo es John Carpenter (al menos en un film como este).

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