sábado, 17 de septiembre de 2011

El tren de las tres y diez (1957)



Decir que Delmer Daves fue un más que notable director y guionista resulta obvio para quien conoce su obra cinematográfica, pero nunca está de más recordar algunos nombres indispensables del cine que quizá sufran cierto ninguneo, más que nada por ignorancia de su filmografía y porque no ser mitos populares.
 Daves supo sacar partido al guion escrito por Hasted Wells, basado en una historia de Elmore Leonard, especialista en novela negra y western, para realizar El tren de las 3:10 (3:10 to Yuma, 1957) desde la perspectiva psicológica, angustiosa y tensa, que enfrenta la angustia que domina al granjero interpretado por Van Heflin con la aparente serenidad que en todo momento demuestra el forajido a quien dio vida Glen Ford. El enfrentamiento entre ambos personajes se anuncia desde el primer momento, cuando Dan Evans (Van Heflin) y sus hijos son testigos del asalto a una diligencia; y solo son testigos porque Dan no puede hacer nada para impedir los hechos que se desarrollan ante él, ya que se encuentra desarmado, aunque de tener en sus manos un rifle o un revólver no habría actuado de ninguna manera, pues su única opción consiste en seguir el consejo de Ben Wade (Glenn Ford). Tras el asalto, la banda de Wade se detiene en el pueblo; mientras tanto, el ranchero reagrupa sus cabezas de ganado, dispersadas por los bandidos. Hasta ese instante Dan y Ben son dos hombres que han cruzado sus caminos por breves instantes, sin embargo, no tardarán en volver a encontrarse. Pero antes de que se produzca esa nueva reunión se presenta a cada uno de ellos por separado, para mostrar que ni uno es un héroe ni el otro un villano sino seres complejos que deben asumir decisiones que no resultan de su agrado. Ben conoce en la cantina a Emmy (Felicia Farr), una mujer que despierta su interés, circunstancia reciproca que le obliga a demorarse más de la cuenta en un lugar donde le atraparán poco después. Por su parte, Dan se debe a su rancho, trabaja duro para poder sobrevivir a una sequía que ya dura tres años. Sin dinero, sin agua, no piensa en enfrentamientos, sino en su familia y en sus tierras. Es un hombre a quien le cuesta pedir ayuda, honrado, trabajador y que, únicamente, quiere aquello que considera justo. Su personalidad y un ligero reproche le empujan a encararse con un forajido a quien no le gusta emplear la violencia, a no ser que sea estrictamente necesaria, como había ocurrido durante el asalto a la diligencia. Tras ayudar a atrapar a Ben, Dan da por concluida su misión, pero la sustanciosa oferta de doscientos dólares a quien se presente voluntario lo convence para trasladar al prisionero, ya que el dinero le permitiría resistir otros seis meses de sequía. A partir de este momento, El tren de las tres y diez se convierte en una cuenta atrás ante una amenaza inminente, una situación desesperada que guarda paralelismos con El último tren de Gun Hill (Last Train from Gun Hill, John Sturges, 1959) y Solo ante el peligro (High Noon, Fred Zinnemann, 1952), aunque también existen diferencias que las hacen únicas. La obligación moral y económica han puesto a Dan Evans entre la espada y la pared; sin desearlo se ha convertido en el carcelero de un tipo que confía en que sus hombres lo liberarán antes de la llegada del tren que da título a la película. Tras un pequeño paréntesis en el hogar de Evans, donde sus hijos se muestran orgullosos de un padre a quien ven como un héroe, llega la hora de la verdad. Dan, Ben y Alex (Henry Jones), el borracho del pueblo, quien también se ha presentado como voluntario, se dirigen a Contation City, allí aguardarán la llegada del tren de las 3:10 para Yuma. La larga y angustiosa espera se vive en el interior de una habitación de hotel. En su interior el carcelero y el prisionero intercambian los silencios con la disputa dialéctica y moral que aumenta el nerviosismo del primero y afianza la serenidad de quien confía en su liberación. El forajido no duda en aprovechar la precaria situación económica que ahoga a su compañero de cuarto para tentarle con una cantidad más que considerable. Si acepta, sus problemas económicos habrán desaparecido, mas no se decide, quizá por su código moral o quizá por el rechazo al modo en el que le habla el individuo que se encuentra tendido sobre la cama, pero sea cual sea el motivo algo dentro de él le impide dar el paso que pondría fin a sus miedos al ofrecerle la seguridad económica que desea para los suyos. Los minutos transcurren ajenos al intenso enfrentamiento que se está produciendo entre estos dos hombres que ni se odian ni se aprecian, pero que nada pueden hacer para evitar una situación que les consume y que amenaza con estallar definitivamente cuando Charlie (Richard Jaeckel), mano derecha de Ben, ronda por el hotel; circunstancia que convierte el tiempo de espera en una agonía para Dan, consciente de que el resto de la banda podría llegar en cualquier momento.

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