lunes, 19 de septiembre de 2011

Hannah y sus hermanas (1986)


Preguntas que superan en número a las respuestas, existencias que mezclan el drama y la comedia, personas que se buscan, pero no se encuentran, contradicciones, emociones, miedos o ilusiones, podrían ser algunas de las constantes que Woody Allen plantea en Hannah y sus hermanas (Hannah and her sisters, 1986) y en sus personajes, seres de carne y hueso que viven en un estado de ansiedad e inseguridad provocado por los miedos e inquietudes que ellos mismos generan. Piensan en lo que hacen y en qué deberían hacer, buscan respuestas que no existen, o cuando las obtienen se dan cuenta de que no les convencen. Este sería el caso de Hannah (Mia Farrow), una mujer de mediana edad, en quien aquellos que la rodean creen encontrar seguridad y ausencia de problemas. Para sus hermanas, Lee (Barbara Hershey) y Holly (Dianne Wiest), para Elliot (Michael Caine) su último marido, para sus padres, dos actores retirados o para su ex-marido, ese hipocondríaco que trabaja para la televisión, Hannah es perfecta, no tiene problemas ni los puede tener. Pero Hannah no es perfecta, ni siquiera es feliz, lo que ocurre en realidad es que no se dan cuenta de que es como cualquier otro, la única diferencia reside en que Hannah calla y no exterioriza sus preocupaciones, a menudo, porque debe interpretar ese rol que se ha creado entorno a su persona. ¿Quiénes son estos personajes y cuales son sus relaciones personales? Hannah y sus hermanas responde a esa cuestión, sigue a todos y cada uno de ellos, en sus casas, en sus conversaciones o, como en tantas ocasiones, por las calles de un Manhattan por el que deambulan estos personajes que se encuentran perdidos. Hannah es el eje que sirve como nexo, a ella acuden cuando necesitan ayuda, incluso sus padres no dudan en afirmar que es la más talentosa de sus tres hijas. Sin embargo, en la intimidad, se descubre frágil, amenazada por las dudas y por su relación con Elliot, que parece no pasar por el mejor momento; ella lo sospecha, pero no sabe el por qué; así pues se desconcierta y sufre. Hannah no es un ser perfecto, tal y como creen los demás, “su vida es perfecta y nada puede afectarle”; sin embargo, la realidad es totalmente distinta, ella también es víctima de una desorientación que le lleva a la inestabilidad que se descubre en Mickey (Woody Allen), su ex, quien no puede ocultar sus fobias y su temor a vivir, porque sabe que un día la vida se acaba. Algo similar le sucede a la inestable Holly, mujer depresiva, ex-adicta a la cocaína, quien todavía no ha encontrado su lugar en el mundo, y duda encontrarlo algún día, circunstancia que le lleva a sentirse acomplejada, sobre todo en su relación con la perfecta Hannah. Lee se siente insatisfecha, está casada con Frederik (Max von Sydow) un hombre mucho mayor que ella, que la ha apartado del mundo exterior, así pues Lee no duda en aprovechar la primera oportunidad que se le presenta para aferrarse a algo real, que le indique que aún continúa estando viva; y eso es Elliot para ella. El marido de Hannah desea algo prohibido, que le aleje de la crisis matrimonial y que le proporcione esa aventura que le haga sentirse pleno, algo que al lado de Hannah no es capaz de conseguir, sin embargo, cuando Lee cae en sus brazos, su prioridad es poner fin a una relación clandestina que él mismo ha fomentado. Así son los personajes de Hannah y sus hermanas, seres reconocibles en quienes las dudas se han acumulado con el paso de un tiempo que no se detiene y que les descubre que sus vidas no son perfectas y que distan mucho de serlo; pero quizá llegarán a comprender que ninguna lo es y que el secreto reside en disfrutarla, como descubre uno de los personajes cuando hace algo tan simple como ver Sopa de ganso, aquella película de los hermanos Marx que tantas veces había visto durante su infancia.

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