martes, 13 de septiembre de 2011

Tygra, hielo y fuego (1983)


El cine de espada y brujería suele seguir una línea argumental muy simple: enfrentar al bien contra el mal. Tygra, hielo y fuego (Fire and Ice, 1983) no se separa de ese camino, así pues presenta una época remota en la que la malvada bruja Juliana y su hijo Nekron, señores de los hielos, avanzan por un mundo que pretenden conquistar. Allí donde llegan siembran el terror e instalan un castillo de hielo móvil al que acompaña un enorme casquete polar que se crea a voluntad de Nekron, un ser sin sentimientos, borrados por una educación materna que únicamente pretendía formar su cerebro para la aniquilación de todo aquel que se opusiera en su camio. El único impedimento para que esta fría familia se apodere del mundo reside al sur, en el país del fuego, gobernado con bondad y sabiduría por el señor del fuego, el padre de Tygra. En medio de esas dos poderosos reinos, si se puede calificarlos como tal, se encuentra una extensa llanura por la que huye Larn, un guerrero cuyo pueblo ha sido aniquilado por los hielos y tropas de Nekron. La única posibilidad de Larn es viajar hacia el sur, sin embargo, su viaje vendrá marcado por dos encuentros fortuitos que cambian su destino. El cine de animación para adultos tuvo en el director Ralph Bakshi a uno de sus máximos exponentes, allá por la década de 1970 y 1980; él fue el responsable de llevar a la pantalla la primera e incompleta (en todos los sentidos) adaptación de la novela de J. R. R. Tolkien El señor de los anillos; Tygra, hielo y fuego no sufre de ese lastre comparativo que la sitúe por debajo de un original que no alcanza ni de lejos, Tygra, hielo y fuego posee su propia estética, sus personajes son ellos mismos, con sus carencias y con sus aciertos. Así pues, los personajes creados por Ralph Bakshi y Frank Frazetta (reputado ilustrador de cómics) no temen mostrar sus vergüenzas, ya sean por la escasez de sus ropas o por la falta de profundidad, cuestión que tampoco se les exige, pues en su mundo hay héroes y malvados, por ello no desentonan dentro de una historia que, a pesar de conocerse de antemano, entretiene. El mundo de Hielo y Fuego resulta inhóspito y amenazante desde el primer instante, circunstancia que aumenta cuando los enviados de Juliana secuestran a Tygra y se internan por una selva fantasmagórica por la que también deambula Larn, inconsciente de que cerca de él se encuentra la mujer que amará y por la que deberá arriesgarse una y otra vez, con la única ayuda de un guerrero desconocido que se convierte en una especie de guía y mentor. Tygra, hielo y fuego, no es perfecta, y dista mucho de serlo, sin embargo, posee ciertas cualidades que sirvieron para que algunos la hayan catalogado de film de culto, título que en ocasiones no es más que una simple etiqueta.

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