lunes, 24 de octubre de 2011

Cuerpo y alma (1947)



Llegar a lo más alto, no significa tenerlo todo, incluso podría significar no tener nada; una cruda realidad que descubre Charley Davis (John Garfield), el campeón del mundo de boxeo, tras la muerte de Ben (Canada Lee). Ese descubrimiento impide que Charley concilie el sueño la víspera de su defensa del título, porque sabe que ha vendido su alma, un mal negocio que le ha condenado a la soledad en la que se encuentra, alejándole de sus seres queridos y sumiéndole en un profundo pesar que le lleva a reflexionar sobre su presente comenzando desde el pasado que lo gestó. La historia de Charley vendría marcada, como la de tantos otros, por la pobreza y la desgracia, dos convincentes razones para desear poseer dinero y fama. Para Charley la única opción que existe es la de boxear, es lo único que sabe hacer y la vía rápida para ver cumplidos sus deseos. Sin embargo, la muerte de su padre le convence para seguir los consejos de su madre (Anne Revere) y estudiar en la escuela nocturna, al tiempo que empieza a salir con Peg (Lilli Palmer), la misma mujer que le rechaza en el presente. La historia de Charley se gesta en esa pobreza que le rodea y de la que quiere alejarse y que comparte con su amigo Shorty (Joseph Pevney), quien le insiste para que se decida y combata como profesional, salida que acepta cuando en su casa se presenta una representante de la beneficencia. La humillación que siente le impulsa a aceptar pelear para Quinn (William Conrad), porque él no necesita de la caridad ni de que nadie se ocupe de sus problemas. Desde ese momento las peleas se suceden mediante una serie de imágenes de combates en las que se muestra una ascensión que le proporcionan dinero y la oportunidad de optar por el título mundial. El tiempo se detiene en ese instante, a partir del cual el mundo del boxeo y la vida de Charley empiezan a ensombrecerse sin que él quiera verlo, a pesar de las constantes advertencias de Shorty. La imagén de la corrupción se representa en la figura de Roberts (Lloyd Goff), él decide quien gana y quien pierde, así como controla quien puede peler por el título, siempre y cuando se acepten sus condiciones. Shorty insiste, pero Charley no se deja convencer por los buenos consejos del único amigo que tiene dentro de un circo que pertenece a Roberts. Shorty sabe que él no puede hacer nada más, por eso acude a Peg para pedirle que se case lo antes posible con Charley, porque ella es la única persona que puede salvarle. Sin embargo, el futuro campeón se deja atrapar por una engañosa promesa de lujo y gloria; ha perdido la noción de la realidad, como también perderá a Peg, a quien condena a una triste soledad, fruto de una ambición que no le permite comprender que ella es más importante que el dinero y las comodidades que le ofrece una vida con todo, pero sin nada. Sin concesiones, Cuerpo y alma (Body and Soul, 1947) es un film duro, posiblemente el primero que muestra sin tapujos ni sensiblerías la miseria que rodea al mundo del boxeo de una época en la que el deporte de los guantes se encontraba en manos de individuos como Roberts. El pesimismo y la crudeza que muestra Robert Rossen se descubre en el plano inicial donde se vislumbra un ring en sombras, que presagia todo cuanto sucederá a continuación, una vida marcada por una elección-deseo que provoca el ascenso a la gloria de Charley, pero también provoca su caída como ser humano, una circunstancia que le aleja de cuantos le quieren para rodearse de seres corruptos o mujeres, como Alice (Hazel Brooks), a las que sólo les interesa su dinero. Para Charley ha llegado el momento de tomar la decisión más importante de su vida, aunque todavía no es consciente de cual será, por eso debe recordar, como lo hace en ese vestuario mientras aguarda su salida al ring. Quizá sea demasiado tarde, quizá hubiese debido pensarlo con anterioridad, pero su ceguera, su ambición y la falsa promesa de una vida que creía ideal se lo han impedido. La imagen del campeón se descubre como la mera ilusión de un ser encumbrado tras el cual se esconde un alma martirizada y un mundo corrupto e inhumano, donde los tipos como Charley son desechables, porque los verdaderos vencedores son los Roberts que lo controlan, porque ellos juegan a su antojo con esas marionetas de cuerpo y alma a las que tiran cuando encuentran otra que les proporcione más ingresos. La historia de Ben, el antiguo campeón, se repite en Charley, como posiblemente se repetirá en los siguientes que pasen por el aro, porque los Roberts o los Quinn continuarán en el negocio mucho tiempo después de que el nombre de Charley Davis, o de cualquier otro, desaparezca de esos carteles luminosos en los que parece que ha alcanzado la gloria, pero en los que en realidad ha dejado el alma.


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