lunes, 31 de octubre de 2011

El limpiabotas (1946)


A pesar de inscribirse dentro del neorrealismo e iniciarse mostrando la miseria real que dominaba en las calles de Roma tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, El limpiabotas (Sciuscià) no tarda en apartarse de dicha realidad para seguir las penalidades que sufren Pasquale (Franco Interlenghi) y Giuseppe (Rinaldo Smordoni) en un correccional donde la ilusión y la amistad que les había unido hasta entonces se desvanecen como consecuencia de la crudeza que les rodea y que les golpea. Antes de entrar en el penal, Pasquale y Giuseppe sobreviven recorriendo la ciudad en busca de clientes a quienes limpiar el calzado, un oficio que comparten con otros niños y que apenas les reporte beneficio, por eso no dudan a la hora de aceptar la propuesta de Attilo, el hermano de Giuseppe, para realizar un trabajo que, sin saberlo, forma parte de la estafa que les conduce a presidio. Cuando son arrestados por la policía, los muchachos saben que no deben delatar a esos adultos que se han desentendido de ellos, continuando con sus vidas, sin preocuparse de que dos jóvenes inocentes vayan a parar a una cárcel habitada por cientos de muchachos que también han sido víctimas de la sociedad y del período en el que les ha tocado vivir. No obstante, la cruda y dura realidad que controla la vida de Pasquale y Giuseppe ha comenzado mucho antes de traspasar los muros de la prisión, como se había expuesto en un primer momento, y como se confirma cuando Pasquale confiesa ser huérfano, como tantos niños de la guerra, y vivir en un ascensor, dos diferencias con respecto a Giuseppe, quien se podría considerar un privilegiado al contar con una familia, que sin embargo parece preocuparse más por su silencio que por su estado, sin acudir a visitarle hasta que su madre se presenta para reprocharle el haber delatado a su hermano. En esa misma desgarradora escena, Giuseppe, sollozando, desmiente la acusación, simplemente porque él no ha sido, quedando clara la actitud de unos adultos que parecen no comprender el sufrimiento al que han sido condenados sus propios hijos. En una escena anterior, Vittorio De Sica había mostrado los trucos empleados por los carceleros para sonsacar a Pasquale la información que deseaban, un truco rastrero que les permite obtener una delación obligada por la amistad y el aprecio que han unido a dos amigos inseparables. A partir de esos dos hechos, el drama carcelario se dispara hacia una tragedia superior a la que se había mostrado con anterioridad, cerniéndose sobre ese grupo de muchachos en el que no se descubre el menor atisbo para la esperanza, porque simplemente no existe, una circunstancia que descubren entre esas paredes que les han robado sus últimas ilusiones, que en la vida de Pasquale y Giuseppe se representaban en un caballo blanco que poco han podido disfrutar. Cuando El limpiabotas abandona las calles su carácter neorrealista adquiere un tono en el que se aprecia cierta influencia dickensiana, que sirve para mostrar  al grupo de desamparados que se encuentran confinados en las celdas de un desolado corredor de tonalidades grisáceas, al que los adultos como Attilo les han condenado, aprovechándose de una inocencia que se perderá allí dentro. La fantasmal prisión parece que se apodera de los niños, introduciéndose en sus cerebros y haciéndoles reaccionar desde la desconfianza, el miedo y la violencia, fruto de malos tratos, incomprensión y de los rencores que algunos internos guardan en su interior, y que estallan cuando la sombra de la delación oscurece la amistad existente entre ambos muchachos. Con El limpiabotasVittorio De Sica demostró gran maestría a la hora de filmar el realismo trágico que envuelve la prisión a la que han sido condenados unos jóvenes que no pueden escapar del él, porque no existe escapatoria posible de una realidad que no distingue entre sus víctimas, como volvería a exponer en otras dos obras maestras: Ladrón de bicicletas y Umberto D, en esta última la infancia dejaría paso a la vejez. Además de la excelente dirección, el director italiano también participó en la escritura de un guión que contó con la participación, entre otros, de dos de los grandes guionistas italianos de siempre Cesare Zavattini y Sergio Amidei, cuyos diferentes puntos de vista se combinan a lo largo de la inevitable tragedia de Pasquale y Giuseppe.

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