lunes, 3 de octubre de 2011

Primera plana (1974)

Previo a su contacto profesional con el cine, Billy Wilder se dedicó al periodismo, por lo que se deduce que los entresijos de la prensa no le eran desconocidos cuando realizó su primer acercamiento cinematográfico al ámbito periodístico en la magistral El gran carnaval (Ace in the hole). Pero, en el momento del estreno, pocos quisieron ver su magisterio, quizá incapaces de digerir la demoledora crítica social que el cineasta no disfrazó de comedia. No solo era una feroz visión del periodismo sensacionalista, sino de toda una sociedad, igual de sensacionalista. Su crítica abarcaba un amplio radio de acción, señalaba y evidenciaba la ausencia de escrúpulos tanto del periodista protagonista como de cualquier otro personaje que no fuese la víctima del suceso que congrega a una multitud de curiosos, cuya curiosidad deja mucho que desear, salvo el morbo insano que llevan consigo. Esta brillante y cruda perspectiva, no asoma en Primera plana (The Front Page, 1974), menos "letal" e irónica, aunque, en ocasiones, salpicada de la "mala leche" de Wilder. El guion de I. A. L. Diamond y Billy Wilder se basó en la exitosa obra teatral escrita por Ben Hecht y Charles MacArthur, la misma que ya había sido adaptada por Lewis Milestone en Un gran reportaje (The Front Page, 1931) y por Howard Hawks en Luna nueva (His girl Friday, 1940) -posteriormente Ted Kotcheff llevaría la acción a la televisión en Interferencias (Switching Channels,1988)-. Milestone, Hawks y Wilder reunían personalidad y talento, características claves a la hora de encarar cualquier proyecto y llevarlo a buen puerto, aunque fue el segundo quien sacó mayor y mejor partido a la pieza de Hecht y MacArthur. La historia de amor-odio entre Hildy Johnson (Jack Lemmon) y Walter Burns (Walter Matthau) vista por Wilder se inicia con el primero acudiendo al Examiner, el periódico para el que ha trabajado hasta ese preciso instante. Su intención es firme, piensa comunicarle a Burns que abandona la profesión y la relación que les ha mantenido unidos durante más de una década. Walter no se lo toma en serio. ¿Cómo Hildy, que lleva el periodismo en la sangre, pretende abandonar su profesión para casarse con una pianista llamada Peggy Grant (Susan Sarandon)? ¡Pero hay más! Esa misma noche la pareja de enamorados abandonará Chicago para instalarse en Philadelphia, donde el ya experiodista trabajará para el tío de su futura esposa; así pues, Burns ya puede ir buscando a otro para sustituirle. La noticia no agrada al jefazo, pero no se da por vencido, además, ¿para qué sirven los escrúpulos? Para dejarlos de lado, lo prioritario son las noticias y emplear cualquier artimaña que impida que su mejor periodista le abandone y deje de escribir artículos como el de Earl Williams (Austin Pendleton), el pobre diablo condenado a la horca por haber matado accidentalmente a un policía de color en épocas de elecciones. Matthau siempre cumple su cometido, Lemmon, también, pero en Primera plana quien no cumple, al menos no como nos tiene acostumbrados, es el humor corrosivo de Wilder y su ágil puesta en escena, aquella que sí se descubre en sus mejores comedias. "Nadie es perfecto", diría aquel, pero la proximidad de los comicios sirve en bandeja la posibilidad de que el realizador introduzca la moral de los políticos, la doble que se descubre en el alcalde (Harold Gould) y un sheriff (Vincent Gardenia) incompetente, anticomunista y de humor variable, a quienes no importa nada más que las elecciones que se celebrarán el martes siguiente. Primera plana reúne a sus protagonistas en el edificio del ayuntamiento donde se aguarda la ejecución; en concreto en la sala de prensa, el humo de tabaco, de partidas de póker y de esos periodistas que apuestan entre bromas y llamadas a sus respectivos periódicos. Ese es el panorama en el que irrumpe Molly (Carol Burnett), quien no duda en decirles lo que piensa de ellos: que la prensa de Primera plana es sensacionalista, irrespetuosa con la verdad y sin el menor atisbo de piedad, una caricatura de una realidad en la que, en ocasiones, no importa la verdad sino como se altera para aumentar la tirada de ejemplares. Después de que Molly abandone la sala, Hildy se presenta con unas botellas de whisky y ginebra, bien por él; pretende celebrar su doble despedida: bromea y se engaña a sí mismo, al decir que abandona un mundillo que le tiene atrapado. Mientras esto sucede, Peggy aguarda paciente, confiada en una nueva vida al lado de su prometido, pero tendrá que esperar algo más de la cuenta, puesto que la fuga de Williams pone a todo el edificio en alerta, a la policía de Chicago en movimiento y a Hildy en contacto con Walter. Y a estas alturas ya se sabe como las gasta Walter Burns, magnífico ejemplo de esa fauna sin escrúpulos de la que Hildy quiere y no quiere apartarse. Lo que menos importa en Primera plana es que se haga justicia o que la verdad salga a la luz; políticos y prensa tienen y priorizan intereses propios que restan interés a la vida de Williams, porque él es la noticia y el reclamo para que el alcalde vuelva a ser reelegido, además es el don nadie que permite a Billy Wilder introducir inocencia en esta comedia que no acabó por convencerle.

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