viernes, 25 de noviembre de 2011

El tercer hombre (1949)


Holly Martins (Joseph Cotten) llega a Viena con la esperanza de aprovechar el nuevo comienzo que le brinda Harry Line, a quien espera encontrar en la estación. Sin embargo, Holly se ve obligado a cambiar sus planes, cuando descubre que su viejo amigo acaba de morir en un accidente.

La mala noticia trastoca los planes del viajero y lo conduce hasta el cementerio donde por primera vez observa a los personajes que frecuentará durante su estancia en la capital austriaca, siendo el mayor Calloway (Trevor Howard) el primero con quien mantiene contacto. El oficial inglés le informa de los hechos, al menos le señala que el fallecido era un criminal. Holly niega, se altera, rechaza las palabras que escucha y se deja llevar por la ira que siente hacia el mayor.

Su negativa le impulsa a quedarse para descubrir la verdad sobre Harry, demostrar su inocencia y limpiar su nombre. De este modo, Holly se convierte en uno de los personajes de sus novelas baratas. Asume el rol de héroe romántico que descubrirá la verdad que acallará a individuos como Calloway. Ahora vive su aventura, no la de sus personajes, pero, como aquellos, ha de ir superando fases. Primero desde la ingenuidad, más adelante desde la tradición.

Se entrevista con los testigos del accidente, que aseguran que dos hombres transportaban el cuerpo de Harry Line cuando este fue atropellado. Esta versión difiere de la del portero del edificio, que insiste en que había un tercer hombre, pero ¿quién? Alguien miente, es evidente, aunque el novelista que admira a Zane Grey -y desconoce la obra de Joyce, entre otros autores- descarta que sea Anna Schmidt (Alida Valli), la misteriosa y triste mujer que vio en el funeral, a quien acude para conocer más datos. Pero su heroína, pues ese es el rol que le atribuye, no le aporta novedad alguna, salvo la información que se sospecha desde que se advierte su presencia, la de que Harry y ella mantenían una relación íntima.

Basada en un guión de Graham Greene (que se convertiría en novela), El tercer hombre (The Third Man) es una magistral propuesta que invita a un deambular por un mundo inquietante de sombras, lleno de sorpresas, un lugar en el que Martins se encuentra ante una encrucijada moral en la que se verá obligado a elegir y demostrar así de que pasta está hecho, pero él no es un héroe, solo es un escritor de novelas baratas que ha llegado sin nada y posiblemente se marchará con lo mismo. Para ello, Carol Reed recreó una atmósfera nocturna y subjetiva, nerviosa, por momentos de pesadilla, que se confunde con la realidad para seguir las andanzas de este hombre en conflicto moral, en quien se enfrentan la lealtad, el sentido del deber y el deseo, el lo llama amor. Pero el personaje interpretado por Joseph Cotten no es ni un héroe ni un villano, es un tipo mediocre que se convierte en marioneta, una que se siente protagonista del enigma que rodea a la muerte de su amigo.

¿Quién era el tercer hombre que ayudó a transportar el cadáver de Harry? Esta pregunta obsesiona al perdedor, un escritor mediocre que no tiene ni un centavo en los bolsillos, pero sin duda es un buen amigo, por ese motivo se encuentra en la obligación de demostrar al mayor Calloway y a quien dude, que Line era inocente de cuando se le acusa. El recorrido de Holly por las calles de una Viena destruida por la guerra y dividida (como también lo estará su conciencia) en sectores bajo control aliado le informa de la existencia del mercado negro en el que, supuestamente, se movía su amigo y donde se puede encontrar de todo, siempre que se pague el precio exigido, también le informa de que los testigos se contradicen, llevándole a la certeza de que Harry ha sido asesinado, pues las declaraciones de los amigos de Line y la del portero no cuadran.


Reed
 expuso la situación de modo que ni Martins ni el espectador sepan por dónde deambulaban, porque la aventura vienesa se parece más a la subjetividad que a la realidad objetiva, ya que parece formar parte de un sueño el descubrir que el hombre que ha pagado su billete y que le ha ofrecido una nueva oportunidad haya muerto, aumentando dicha sensación con la constante inclinación del encuadre de la cámara y la sombría fotografía de Robert Krasker, sin olvidar la excelente música de fondo creada por Anton Karas. Holly se encuentra desorientado, pero decidido a indagar pese a quien pese y sentirse ese héroe que nunca ha sido, pero que sin embargo le daría la oportunidad para hacer algo bueno. Pero el pobre Martins se enamora, y se enamora de la chica de Harry, Anna, una mujer triste, asustada y fugitiva de las autoridades soviéticas que han descubierto su verdadera identidad. La historia de amor entre Holly y Anna es imposible, y lo es porque ella todavía ama al fallecido, incluso llama a Martins por el nombre del desaparecido, un hecho que demuestra que el novelista tampoco conseguirá a la chica, pero quizá sí consiga ser el héroe si continúa indagando. A medida que Holly Martins se acerca a ninguna parte aumentan sus sospechas, su enfrentamiento interno y los consejos para que abandone el país, porque nadie le quiere allí, hurgando en un asunto que a todos parece contentar si no se remueve, porque la realidad es que Harry ha muerto y es mejor dejarlo así. Pero ¿qué protagonista de una novela barata de intriga dejaría un caso tan extraño? al menos los suyos no, y él tampoco. Holly corre, se escapa por las calles oscuras de una capital destrozada que le ofrecen lugares extraños para esconderse, ¿de quién? ¿de sí mismo? ¿de los tipos que le persiguen o del deber moral que se le presenta cuando conoce parte de la verdad?  Sin embargo, Martins no tiene intención de dejarlo por muchos peligros que puedan presentarse, porque ahora existen dos razones para quedarse: Anna y Harry, y quizá la primera empiece a pesar más que la segunda. Para completar su pesadilla, Holly descubre un fantasma que le observa desde las sombras, un espectro al que persigue y que desaparece como también se esfuman las esperanzas de que Anna se enamore de él.

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