jueves, 3 de noviembre de 2011

En el nombre del padre (1993)


Se puede aplicar la ley y cometer una injusticia, como se puede actuar con justicia incumpliendo una ley. Esta contradicción reconoce que justicia (idea que nace de una serie de valores heredados y asumidos por el individuo como inmutables) y ley (norma o conjunto de normas escritas, en supuesto constante cambio según evolucionan las épocas y las necesidades e interpretaciones de las sociedades que las ocupan) pueden seguir senderos distintos, por no decir opuestos, como parece indicar la confesión que Gareth Pearce (Emma Thompson) escucha en una cinta casete grabada por su cliente Gerry Conlon (Daniel Day-Lewis). ¿Qué sabe de este individuo acusado de colocar las bombas en una taberna de Guildford el 5 de octubre de 1974? Primero descubre su actitud de rechazo hacia el sistema legal que le ha condenado porque necesitaba culpables, y al que también responsabiliza del deterioro de la ya de por sí precaria salud paterna. Después, que Giuseppe (Pete Postlethwaite), el padre, era un hombre íntegro, de principios e incapaz de plantearse la contradicción arriba señalada, convencido de que la justicia y la ley prevalecerían, quizá, porque para él, fuesen lo mismo. Padre e hijo son los protagonistas principales de En el nombre del padre (In the Name of the Father, 1993), un drama judicial y carcelario que, al igual que Mi pie izquierdo (My Left Foot, 1989), encuentra su inspiración en hechos reales y a su actor principal en Daniel Day-Lewis. Tras el éxito de su anterior colaboración, el realizador irlandés Jim Sheridan volvió a contar con la inestimable presencia del actor, que, como norma autoimpuesta, se entregó en cuerpo y alma a su interpretación de Gerry Conlon, cuya historia, y la de su familia, nos llega desde el pasado al que se accede mediante la cinta magnetofónica que la abogada escucha mientras conduce. Este recurso narrativo da paso a Gerry corriendo por las calles de Belfast, perseguido por miembros del ejército británico, atrayendo, involuntariamente, la atención militar hacia los pisos francos del IRA, circunstancia que no gusta a los activistas y que pretenden remediar aplicando un castigo ejemplar. El hecho obliga a Giuseppe a intervenir en favor de su hijo, un simple ladronzuelo de chatarra, al que envía a Londres para alejarlo de la zona de guerra en la que se ha convertido su tierra. Antes de su partida, le da un único consejo: <<Ve y vive>>, máxima que un joven rebelde como Gerry piensa seguir al pie de la letra. Gerry y Paul Hill (John Lynch), con quien se encuentra en el ferry, llegan a la capital londinense con las ideas claras. Buscan amor libre y drogas, objetivos que no encuentran en casa de la tía Annie (Britta Smith), pero sí en la comuna de Paddy Armstrong (Mark Sheppard), otro colega de Belfast, Carole Richardson (Beatie Burrows) o Jim (Jamie Harris), responsable indirecto de los hechos venideros, al ser un confidente de la policía. Son amantes de la paz y de las flores, de sustancias alucinógenas y del amor libre, pero la diversión se ve interrumpida por el sonido de las bombas que se dejan escuchar en la distancia. Londres empieza a recordarles Belfast. Los activistas del IRA vuelven a atentar tras el breve periodo de tregua y uno de sus artefactos explosivos se cobra la vida de cinco personas en un pub londinense. Las prisas por hallar culpables, y así tranquilizar a la opinión pública, precipita la aprobación de una ley de prevención terrorista que, sin necesidad de pruebas, permite el arresto e incomunicación de sospechosos durante un máximo de siete días. Dicha ley es determinante, pues permite el encierro durante una semana, tiempo más que suficiente para quebrantar la voluntad de cualquiera, y da luz verde a la policía para irrumpir en cualquier hogar. Y eso es lo que hacen, asaltan la casa de los padres de Gerry, a donde este ha regresado después de robar dinero de la cartera de una prostituta. La actuación policial es legal por obra de la ley, pero ¿es justa? Sin saber por qué o qué le espera, acaba en una sala donde permanece aislado, salvo de sus interrogadores, cuyas torturas físicas y presiones psicológicas son aprobadas y supervisadas por el inspector jefe Robert Dixon (Corin Redgrave). Gerry, primero ignora y después niega, pero sus fuerzas flaquean y ya no resiste el susurro que amenaza asesinar a su padre. La confesión, sonsacada mediante coacción y violencia, es la base de la acusación durante el juicio, cuyo veredicto se conoce de antemano, pues las circunstancias que se viven y apremían son decisivas para condenar como autores del crimen de Guilford a Gerry Conlon, Paul Hill, Paddy Armstrong y Carole Richardson, y a Giuseppe Conlon y a tía Annie Maguire y familia (marido e hijos) como colaboradores del mismo. Tras el proceso, En el nombre del padre prosigue su narración en tiempo pasado, pero abre una nueva etapa, en la que se muestra la vida de los Conlon en el interior de la prisión donde cumplen sus condenas. Inicialmente, no pueden salir de sus celdas, debido al rechazo y las amenazas de otros presos. Más interesante resulta la evolución que experimentan padre e hijo en su relación y en sus puntos de vista antagónicos, más si cabe tras el ingreso en presidio del autor real del atentado. Esto resulta desesperante para Gerry, pues comprende su significado: que nunca podrán salir de allí, ya que John McAndrew (Don Baker) le afirma que confesó a las autoridades su autoría del atentado de Guildford, declaración que nunca debe salir a la luz. La nueva desilusión y su contacto con McAndrew, impiden que Gerry vea al hombre que se esconde tras la imagen que admira y le impide comprender que su nuevo amigo es un resentido lleno de odio. No será hasta el día de la proyección de El Padrino (The Godfather; Francis Ford Coppola, 1972) cuando Gerry abra los ojos y comprenda que el valor no reside en la fuerza ni en el rencor, reside en la gente corriente como su padre. A partir de ese instante, se produce su acercamiento. Valora las palabras paternas y le reconoce la valía negada con anterioridad, al tiempo, comprende el significado de una lucha pacífica que busca la liberación de ambos, una lucha a la que se une esa abogada a quien, en un primer momento, rechaza y a quien, posteriormente, convierte en su enlace con el mundo exterior, en su esperanza de que su caso vuelva a ser juzgado para así limpiar el nombre de su padre, ese hombre que creía en la justicia y en la ley, creía en la inocencia de las personas. Visto desde esta perspectiva, Giuseppe es el héroe y mártir principal de En el nombre del padre, cuya historia fue guionizada por Sheridan y Terry George a partir del libro en el que Gerry Conlon detalla su propia experiencia. Claro está, la historia cinematográfica presenta cambios respecto al libro y a la realidad, crea situaciones o las dramatiza, e igual hace con los personajes, ya de por sí dramáticos, con la intención de establecer la conexión que conmueva al espectador que observa el padecimiento de padre e hijo, victimas de un conflicto sucio y sangriento, de la ley y de intereses de los que nada saben cuando son detenidos, intereses que raramente salen a la luz pública y, de hacerlo, suele ser fruto del azar, de esa casualidad que se alía con Garreth Pearce el día que el jefe de los archivos se encuentra de baja.

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