lunes, 21 de noviembre de 2011

La ventana indiscreta (1954)



Las persianas se alzan a modo de telón. Vamos a presenciar una representación y Alfred Hitchcock no lo oculta, presume de ello. Presume y presupone que miraremos lo que nos va a ofrecer en La ventana indiscreta (Rear Window, 1954). Miraremos el exterior y el interior de la ventana a la que alude el título, pues el cineasta británico es plenamente consciente de que el cine es un ejercicio de voyeurismo o el arte de mirar, y que el público es el mirón que no se avergüenza por estar observando vidas privadas, quizá porque sean de ficción y la oscuridad de la sala proteja su mirada impertinente. Hitchcock lo sabe, siempre lo supo, de modo que también sabe que él es el voyeur que invita a otros a serlo. Es quien genera la curiosidad, como hace el protagonista de la película con quienes acuden a su apartamento. El realizador juega con ventaja, respecto a nosotros, su público, siempre lo hace, y concede el protagonismo absoluto a la idea de observar a una comunidad de individuos que viven ajenos a los demás, y a la realidad de estar siendo observados. Solo Jeff (James Stewart) parece estar al corriente de cada movimiento y de cada comportamiento, pues pasa sus jornadas de inactividad y pasividad mirando. Primero por aburrimiento, después por curiosidad y finalmente por obsesión. De hecho, quizá sea el personaje más pasivo de la filmografía del británico, ya que solo mira y es el personaje interpretado por Grace Kelly quien asume la actividad, el riesgo y, por ello, logra su objetivo —como confirma el plano final. <<La gente hace muchas cosas en privado que no podría explicar en público>>, le dice su amigo detective (Wendell Corey), cuando descarta el asesinato y le habla de privacidad y ética. Hasta ese instante, Jeff es un curioso observador de las debilidades humanas que no se plantea hasta qué punto es ético mirar constantemente la vida de los otros. Lo cierto es que su manía de observar guarda relación con su profesión de fotógrafo, de la cual nos informan varios plano detalle de fotos y otros objetos que hay en la habitación donde convalece, mientras se recupera, a la espera de que le quiten la escayola que le inmoviliza la pierna izquierda.


La individualidad y la intimidad son dos derechos que Jeff invade a pesar de las advertencias de la maternal Stella (Thelma Ritter), cuya humanidad también la invita a ser una curiosa que mira e imagina y a convertirse en una de las aliadas de este hombre obsesionado, ya no solo con la posibilidad de matar su aburrimiento, sino de escapar de su propia realidad, en la que siente la amenaza del matrimonio o, al menos, lo siente como tal. Jeff desoye las palabras de su enfermera porque se encuentra sumido en un aburrimiento que le obliga a controlar a sus vecinos desde la ventana de su apartamento. Para el fotógrafo llevar seis semanas sin poder salir de su cuarto resulta un martirio, como también resulta tiempo más que suficiente para conocer las vidas de una comunidad que apenas se relaciona entre sí. A través de su ventana y de sus prismáticos, descubre la soledad en la señorita corazón solitario, la ausencia de hijos en el matrimonio que duerme en la escalera de incendios, como consecuencia de la ola de calor que asola a Nueva York, y que vuelca en un perrito el afecto que no pueden entregar a ese hijo que no han tenido; también descubre a la hermosa bailarina que ensaya semidesnuda delante de la ventana, al pianista sin éxito que se refugia en el alcohol, a la pareja de recién casados en quien descubre la fogosidad del primer instante de relación o a otra pareja, la formada por el viajante y su esposa enferma, una mujer que a pesar de su convalecencia posee las fuerzas suficientes para discutir una y otra vez con su marido. La afición de Jeff vendría marcada por su interés en captar las imágenes que tanto hecha en falta, pero también podría ser fruto de la curiosidad innata al ser humano, una curiosidad que le obliga a observar a través de esa ventana desde la que descubrirá circunstancias extrañas que le llevarán a creer que se ha cometido un asesinato. No obstante habría que señalar que Alfred Hitchcock no sólo era un maestro del suspense, si no que su cine analiza los comportamientos humanos, como resulta evidente en una película tan humana como La ventana indicreta, que muestra a Jeff dudando de su relación con Lisa Fremont (Grace Kelly) porque resulta perfecta, pero no solo duda por eso, sino que duda del paso a dar, como corrobora su inmovilidad, por el miedo a cambiar una vida en la que viaja constantemente en busca de la fotografía perfecta, un trabajo que le permite no detenerse a pensar; no como ahora, postrado en una silla de ruedas de la que casi nunca se levanta. Sentado piensa, porque tiempo es lo que le sobra, observa la vida de otros y vuelve a pensar según lo que ha visto; de este modo, Hitchcock aprovechó para realizar un doble estudio del comportamiento: el que observa Jeff desde la ventana y el que se presenta en el interior su apartamento. Y la suma de ambos remite al cine y apunta al público que permanece en la sala, sentado en su butaca, expectante, en las manos de quien indica dónde y qué mirar.


La ventana indiscreta expone el tema de la curiosidad que surge desde dentro, desviándola hacia los extraños comportamientos del señor Thorwald (Raymond Burr) que alteran la rutina del convaleciente; un posible crimen que le permitirá reconocer el amor que siente por Lisa, una mujer que le ama y que se arriesga por él, con la estimable colaboración de Stella, quien a pesar de comentar que la invasión de intimidad está penada en algunos estados no duda en curiosear, como también lo hace su amigo el policía Doyle (Wendell Corey), quien no da importancia a las sospechas de Jeff; este grupo de observadores encabezados por el fotógrafo expone con claridad la opinión de Alfred Hitchcock de que en todos los individuos existe un pequeño espacio donde anida la curiosidad de observar al prójimo. Además de dicho análisis, el cineasta británico no se olvidó ni del suspense ni del buen cine, desarrollando ambos en un enorme decorado que se convirtió en un patio interior en el que las ventanas serían la entrada al mundo de los demás, pues la cámara nunca entra en la casa de los vecinos, sino que se detiene en esas aberturas que invitan a Jeff a observar al señor Thorwald, en quien el mirón parece encontrar un comportamiento extraño, que se basa en la repentina desaparición de su señora, un hecho del que hace partícipes a Lisa y a Stella, quienes también sacarán a relucir ese observador que llevan dentro.

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