domingo, 6 de noviembre de 2011

Pan, amor y fantasía (1953)


En un pueblo de seiscientas personas poco o nada podría enturbiar la monotonía de sus habitantes, aunque a veces suceden cosas como la llegada de un nuevo comandante de los carabiniere, hecho extraordinario que invita a salir a la calle y observar al forastero, para hacerse una idea de cómo puede ser y comentarlo con los amigos. Las habladurías se dejan escuchar antes de que el maresciallo Antonio Carotenuto (Vittorio De Sica) pise las calles de Sagliena, una localidad en la que su trabajo no va a ser lo que se dice movido en cuestión de seguridad ciudadana, pero sí en lo referente a chismorreos y amoríos. Carotenuto es un hombre maduro, soltero y sin compromiso, una circunstancia que sorprende por la edad que tiene, y que no pasa desapercibida para unos vecinos que no dudan en comentar que bebe los vientos por Annabella (Marisa Merlini), la comadrona del pueblo, una mujer que sí parece gustarle, pero de la que se desinteresa cuando escucha los comentarios de Caramella (Tina Pica), su asistenta y una de las chismosas oficiales de la zona, quien con sus cotilleos también está a punto de dar al traste con el amor, todavía no declarado, de la leñadora (Gina Lollobrigida) y el tímido carabiniere Stelluti (Roberto Risi), quien en más de ocho meses en el pueblo no se ha atrevido a dirigir ni una sola palabra a la mujer que ama. Pan, amor y fantasía (Pane, amore e fantasia) desarrolla a la perfección un divertido enredo en el que sus personajes principales persiguen un amor que parece esquivarlos, gracias a la intervención de terceros, quienes con sus comentarios y con sus actos entorpecen el devenir de los acontecimientos, como sucede con el comandante Carotenuto quien, intentando olvidar a Annabella, dirige sus atenciones y gracias hacia la leñadora, una joven de buen corazón y de carácter más inflamable que la madera que transporta sobre un asno que es la única posesión familiar. Además de ser la más pobre del pueblo, también es la más guapa, motivo de persecución por parte de los hombres y de habladurías por parte de las feligresas, que acuden a la iglesia lo mismo para rezar como para platicar sobre las novedades sociales del pueblo. Este pretexto sirve para realizar una comedia que se encuadra dentro de la denominada comedia a la italiana o comedia italiana, magníficas películas donde el humor se basaba en el ingenio, la imaginación y las soberbias historias escritas por guionistas que exponían en cada una de ellas un talento excepcional, como esta historia del maduro maresciallo, en quien la llama del deseo se ha reavivado por la presencia fresca y salvaje de la joven leñadora y por la sobriedad y elegancia de la comadrona, pero que tendrá que dejar por un momento sus amoríos para asumir su papel y colaborar con don Emidio (Virgilio Rientro) en la treta que una a la joven con el tímido carabiniere Stelluti. Durante este periplo de enredo y amoríos nunca consumados, Luigi Comencini mostró como telón de fondo la miseria de una época en la que al pan se le echaba fantasía, porque abundaba en mayor cantidad que cualquier embutido, como también abundaba la ilusión que permitía soñar con un amor idílico que se enreda porque sus afectados lo viven en su imaginación, sin llegar a decir de viva voz sus deseos y dejándose arrastrar por los comentarios que escuchan sin llegar a profundizar si son o no ciertos, como el que escucha la leñadora de la boca de Caramella, una verdad a medias que provoca uno de sus arrebatos explosivos y el enredo propiamente dicho.

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