miércoles, 2 de noviembre de 2011

Vida en sombras (1948)



La “industria” cinematografía española de la posguerra (década de 1940) produjo películas carentes de inventiva y riesgo, en su mayoría, puesto que hay excepciones notorias —las comedias y primeros dramas de Rafael Gil, el cine de Edgar Neville, la irrupción de Carlos Serrano de Osma con aire renovador, Rojo y negro (Carlos Arévalo, 1942) y más películas que quedan por nombrar. Era un cine de evasión, que cumplía la misión de entretener y la de mantener la conciencia del público adormecida, mientras este observaba en la pantalla películas bélicas e históricas al servicio del orden establecido a golpe de armas, dramones literarios o musicales folclóricos que poco tenían que ofrecer salvo ver a su estrella de turno entonando canciones que se insertaban en la trama con calzador. Pero, entre aquellas producciones de supuesto interés nacional, también se filmaron excelentes películas como las realizadas por Gil o Neville, uno de los primeros cineastas en quien se observa un intento de modernizar el cine español desde el costumbrismo, o aquellas que, en su mayoría, ni recibieron ayuda sindical ni fueron estrenadas como su calidad demandaba, lo cual las relegó a un olvido del que algunas regresaron para sorprendernos y confirmarnos que, de existir mayor apoyo y libertad creativa, el cine español de la época nada tendría que envidiar al realizado en otras latitudes. Uno de aquellos maravillosos espectros recuperado de su ostracismo fue Vida en Sombras (1948), en su momento calificada de escaso interés, lo que provocó que no obtuviera la ayuda económica destinada a aquellas producciones que los “expertos evaluadores” consideraban que sí lo tenían. Como consecuencia de su arriesgada e innovadora puesta en escena, esta producción se convirtió en una película maldita, calificativo que también sirve para definir la carrera cinematográfica de Lorenzo Llobet-Gràcia, quien no pudo más que realizar este largometraje ninguneado por la miopía oficial, una falta de visión (intencionada o inconsciente) que no impidió que el realizador catalán asumiera la financiación de su proyecto para ofrecer esta atípica y poética propuesta donde los deseos incumplidos, la muerte y las sombras no solo forman parte de la ficción que su protagonista contempla en la gran pantalla.


A través de la mirada cinematográfica de Carlos (Fernando Fernán Gómez)Vida en sombras recorre la historia del cine desde sus orígenes, cuando, todavía no nato, se accede al estreno de aquellas imágenes que muestran una locomotora en movimiento para, ya en su infancia, observar su pasión por Chaplin o, avanzado el tiempo, la llegada de las películas sonoras o ser testigo de la proyección que le permite reconocerse en el atormentado protagonista interpretado por Laurence Olivier en Rebeca. Pero la historia de este joven no solo se hace en el cine, sino a su alrededor, por ello, mientras su vida transcurre centrada en el celuloide acontecen hechos históricos que marcan el rumbo del mundo, de su nación y de él mismo.


Carlos nace cuando el cinematógrafo todavía es un fenómeno de feria que presenta imágenes en movimiento para deleitar y sorprender a quienes las observan perplejos, con asombro. Y así continúa siendo durante años. Mientras, Carlos crece aficionándose al medio de las luces y sombras en el que descubre a aquel simpático vagabundo que se convirtió en su héroe, el hombrecillo inventado e interpretado por Charles Chaplin le ofrece diversión y sueños. Los años prosiguen su inevitable e inalterable trascurrir, ajenos a la transformación del niño en hombre y a una afición que aumenta y se convierte en parte de él. Siempre cámara en mano, este amante de las imágenes en movimiento, que vive por y para el cine, acude con Ana (María Dolores Praderaa una sala donde se proyecta Romeo y Julieta, la versión de George Cukor, película que es testigo de su compromiso matrimonial y presagio de una tragedia similar a la que contemplan en la pantalla. Pero antes de que la desgracia se cierne sobre ellos, Carlos y Ana se casan, se aman y son felices. Al tiempo, él continúa con su gusto por filmar cuanto se ponga a tiro de su objetivo, como si la cámara sea una extensión de sus brazos y de su mirada, pues, cual Vertov y El hombre de la cámara, desde ella observa y descubre el mundo en el que vive. Es tal su necesidad de filmar que, cuando se producen los primeros enfrentamientos militares en los albores de la Guerra Civil, acude a grabarlos. Sin embargo, al regresar a su hogar, todo ha cambiado. Se culpa de la muerte de Ana, martirizándose con la idea de que si no la hubiese dejado sola todavía estaría viva. Desde aquel fatídico acontecimiento se sume en un mundo de oscuridad y sombras distinto al cinematográfico, del cual se aparta como parte de la penitencia impuesta por la culpabilidad de la que no puede desprenderse, de tal manera que se transforma en un hombre gris, condenado a una vida en sombras que lo metamorfosea en el espectro de aquel soñador que contemplaba el mundo a través de la lente de su cámara y a través de aquellas pantallas que llenaban su blancura de luces y sombras, de dramas, romances, comedias y terrores.




2 comentarios:

  1. Excelente. A mi la película me parece genial en su inicio. Aunque luego con la guerra decae aproximándose a un cine más adocenado. En conjunto, es una gran obra de cine de autor y anhelo formal

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    1. Comparto tu opinión, Francisco. También creo que es mejor en su parte previa a la guerra, pero esta parte no le resta para impedir que sea como dices: “una gran obra de autor”, la de alguien creativo que aspira a crear arte cinematográfico.

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