martes, 13 de diciembre de 2011

Atlantic City (1980)



Lou (Burt Lancaster) es una reliquia del antiguo Atlantic City en ciertos aspectos similar a los viejos casinos que derrumban para que otros nuevos ocupen su lugar y, de este modo, poner punto y final a una época moribunda que él recuerda con nostalgia. ¿Qué otra cosa puede hacer? ¿Escapar de ese espacio urbano que le ha vuelto la espalda y donde se le observa condenado a una vejez triste y solitaria sin nada que hacer salvo cuidar de Grace (Kate Reid), la viuda de uno de los matones para quien trabajaba? Para él ya no existe la posibilidad de un nuevo comienzo, incapaz de evitar que su vida se consuma  cercana al patetismo en el que se descubre trabajando como cobrador de apuestas que no alcanzan el dólar. Pero Lou actúa como si hubiera sido alguien importante dentro del hampa en la que nunca dejó de ser un delincuente insignificante. Pero esta circunstancia podría cambiar con la aparición de David (Robert Joy), el marido de la vecina de enfrente a quien cada noche observa desde la oscuridad de su cuarto con la esperanza o la vana ilusión de acariciar su piel. Para Sally (Susan Sarandon), la chica de sus deseos, resulta un engorro y un incordio la presencia de su hermana Chrissie (Hollis McLaren) y de su ex, dos hippies sin rumbo que se han apoderado de un alijo que puede cambiar sus vidas. Como consecuencia, se produce el contacto casual entre David y Lou, así como la colaboración de este en el negocio de las drogas. La realidad del anciano sufre un giro al presentarse ante él la oportunidad de sentirse un tipo importante, rejuvenecido, capaz de defender a Sally y creerse por última vez lo que nunca ha sido. Atlantic City se centra en estos dos personajes frustrados y similares, salvo en que uno mira hacia el futuro, porque es joven y esto le permite mantener la ilusión intacta, y el otro dirige su mirada hacia un pasado distorsionado por el paso del tiempo y por el deseo de recordarlo como aquella época de esplendor y ritmo ya desaparecida. Ambos guardan en común su soledad y su condición de perdedores, dos características que les permite sentirse a gusto cuando comparten espacio. En esos instantes, Sally se siente protegida mientras Lou fantasea con que todavía puede proteger, sin embargo, se trata de una relación amorosa imposible porque sus caminos señalan direcciones opuestas, aunque Lou se aferra a ese momento que le permite revivir y sentirse valorado. En Atlantic City Louis Malle recreó una ciudad triste, melancólica y medio moribunda como medio natural para individuos como Lou, Sally, Grace o Joseph (Michel Piccoli), el profesor de crupieres que acosa a Sally. Como consecuencia se descubre un espacio moribundo que refleja en sentir de los personajes que deambulan por el paseo o por los casinos que han perdido el glamour que la había convertido en la capital del juego de la Costa Este. La mayoría de los hombres y mujeres que asoman por esta ciudad echan de menos los viejos tiempos, excepto Sally que no los ha vivido y cuyo deseo se encuentra en la promesa de escapar hacia un futuro mejor, por eso debe escoger entre arriesgarse o permanecer en un lugar que no es el suyo, pero sí el de Lou.

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