lunes, 19 de diciembre de 2011

Muñecos infernales (1936)


Hay pocos directores que insistan en un tema y lo hagan con tanto acierto como Tod Browning. Sus películas se centran en personajes atormentados, condenados por sus pasiones, por su doble rostro o por ser diferentes dentro de lo que se considera normal. La normalidad no es para ellos, lo es el rechazo, no por deseo propio, obligados a transformarse y dejar de ser quienes querían ser. Más o menos esto le sucede al protagonista de Muñecos infernales (The Devil Doll, 1936), que, para demostrar su inocencia, se convertirá en culpable. Este hecho que se contradice, pero no para alguien como Paul Lavond (Lionel Barrymore), que se escapa del penal en el que ha pasado los últimos diecisiete años encerrado por un crimen que no cometió. Lavond no puede evitar el odio que siente hacia sus antiguos socios, el mismo que le ha permitido sobrevivir a las duras condiciones sufridas durante su cautiverio, y que le ha convertido en un ser atormentado. En la mente de Lavond hay lugar para el odio y el amor, por eso no es un villano común, porque en realidad es la primera víctima de su deseo de venganza. La idea del fugitivo pasa por acabar con los tres hombres que le engañaron, y así limpiar el buen nombre de su familia para que su hija Lorreine (Maureen O'Sullivan) pueda vivir sin la amargura, el odio y la vergüenza que descubre cuando la visita disfrazada de anciana. Muñecos infernales no solo muestra el deseo de venganza que impulsa a este individuo apartado de todo y de todos, también expone la lucha que mantiene consigo mismo y la tragedia que le persigue desde el pasado y que le condena a no tener un futuro, porque sólo posee un instante efímero que no podrá alargarse más allá de su venganza. Una vez más,  Browning exhibía su magisterio para filmar un drama sobre personajes condenados a vivir una existencia ajena al mundo que les ha rechazado, como el caso de este prófugo de la justicia, que consigue escapar de la isla del Diablo en compañía de Marcel (Henry B. Walthall), una especie de científico loco que le proporcionará los medios para consumar su venganza. El inicio del film conduce a estos dos fugitivos hasta la casa de Marcel, donde Paul comprende la locura que anida en su compañero, un hombre que ha desarrollado un método para reducir a los seres vivos a la sexta parte de su tamaño original; sin embargo, una vez perdido el tamaño, también pierden la capacidad de decidir por sí mismos, convirtiéndose en una especie de muñecos sin voluntad condenados a acatar las órdenes de quienes les poseen. La intención inicial de Marcel y de su esposa Milita (Rafaela Ottiano), ambos han perdido el juicio, no sería una intención criminal, pero evidentemente lo es, pues reducir el tamaño de Lechna (Grace Ford), su criada, no puede decirse que sea una paga extra por sus servicios. Ese sería el último acto de Marcel, pues su muerte se produce poco después, quizá por problemas cardíacos o por esa locura que le ha poseído, fuese por el motivo que fuese éste carecería de importancia. Lo que sí importa es la técnica que Paul hereda y que le proporciona el medio para limpiar su nombre. En todo momento Paul Lavond es consciente de sus actos y de las consecuencias que acarrearán, tanto a sus enemigos como a él mismo, sin embargo, no puede elegir, su odio y su amor le impulsan ha cometerlos, por ese motivo se traslada a París en compañía de Milita, una mujer que siempre se muestra amenazante, porque ha perdido todo contacto con la realidad. La tapadera que elige esta extraña pareja de "malvados" para su estancia en la capital francesa resulta excepcional, como también lo es la caracterización de Lionel Barrymore cuando se convierte en madame Mandelip, una anciana entrañable que se dedica a la venta de juguetes y a visitar a sus antiguos socios, sin que éstos puedan reconocerle, pero conscientes de que Lavond se ha fugado y de la amenaza que eso significa para sus tranquilas y cómodas existencias. La venganza de Lavond-Mandelip es una venganza premeditada hasta el último detalle, para llevarla a cabo utiliza a la pequeña Lachna o a Radin (Arthur Hohl), uno de los culpables de su encierro, a quien también utilizará como arma en una genial y tensa escena, después de haberle reducido a su sexta parte. Aunque Muñecos infernales se considere una producción inscrita dentro del género fantástico o de terror, cabría decir que no parece ni lo uno ni lo otro, pues es un film que utiliza los efectos especiales en favor del drama que narra; una historia cargada de emociones reales, con personajes cuyos destinos se rigen por sus sentimientos y emociones, como se aprecian en el enfrentamiento entre el odio y el amor que habitan tanto en Lavond  como en su hija, cuya lucha interna le imposibilita una vida dichosa al lado de Totó (Frank Lawton), porque no puede asumir que éste se case con la hija de un criminal. Pero también existen las emociones de unas víctimas que conocen su culpabilidad, por eso temen perder lo que han conseguido mediante el crimen, por eso mismo la angustia ante lo inevitable les domina. Tras su contacto con sus tres socios, Lavond descubre la realidad que se le ha negado, tanto a él como a su familia, sobre todo cuando madame Mandelip acude a la casa de Emil Coulvet (Robert Greig), donde observa a éste con su esposa y con su hija, una imagen que él nunca ha podido disfrutar, porque ese mismo hombre lo ha impedido. Otro momento que sirve para exponer aquello que se le ha negado se encuentra en la escena en la que Mandelip-Lavond visita a su madre, para que poco después irrumpa Lorreine, quien, sin saber que tras la figura de la anciana se esconde su padre, confiesa el odio que siente hacia él. Ese encuentro le marca, y le indica que debe consumar su venganza, sin embargo, es consciente de que no tiene justificación para lo que está haciendo, pero es la única manera de ofrecer a su hija la oportunidad que él no ha tenido. Lavond-Mandelip se ha condenado y mediante sus palabras en la parte final de la película se conoce cual será su condena, una condena que se impone y que acepta con gusto porque significa la libertad para su hija.

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