miércoles, 11 de enero de 2012

El hombre del cráneo rasurado (1965)

Realidad, sueño, obsesión y muerte se juntaron en la primera película de André Delvaux para ofrecer la experiencia vital que se descubre en Govert Miereveld (Senne Roufaer). En todo momento parece que este individuo, enamorado de una imagen ¿real? ¿irreal?, deambula por una pesadilla que le persigue desde el primer momento que aparece en pantalla, cuando nombra, en su pensamiento, a Fran (Beata Tyszkiewicz); una supuesta alumna de la que se ha enamorado y que se encuentra a punto de recibir su diploma de graduación; lo cual significa para Govert que no volverá a verla. La intención de este profesor y abogado sería la de confesar su secreto, sin embargo, no logra hacerlo, provocando un salto temporal que parece cambiar el curso de su vida. En ese instante, El hombre del cráneo rasurado (De man die zijn haar kort liet knippen) avanza en el tiempo aumentando su tono onírico, confundiendo el pensamiento de Govert, sobre todo cuando presencia la autopsia de un cadáver sin identificar. Preguntas como ¿qué es la muerte? o ¿qué viene después o sólo somos carne? surgen en su mente y parecen golpear su espíritu, porque para él ha sido duro comprobar como los forenses manipulaban ese cuerpo en el que anteriormente había existido la vida. La idea de la muerte ya no abandonará a Govert, quien gracias a esa macabra y puede que hasta fantasiosa invitación se encuentra con Fran, ahora convertida en una famosa actriz, cuestión que no deja de sorprender, pues Govert nunca ha oído hablar de ella en esos términos. Una vez más, su pensamiento se confunde, creándose entorno al reencuentro un aire pesadillesco que surge del propio Govert, sin embargo, ¿es real? ¿es fantasía?. Los instantes que la pareja pasan en la habitación del hotel se tornan extraños, obsesivos, confirmando el estado de ansiedad por el que pasa un enamorado que no comprende demasiado bien qué sucede, como tampoco parece comprender la verdad que le descubre la mujer que ama. Los hechos que se producen al final de su encuentro parecen confirmar un estado de locura en un hombre que ha vivido con la obsesiva idea de estar enamorado de una mujer a la que nunca ha podido confesar su obsesión, quizá porque nunca ha existido, salvo en su mente. Esa enigmática mujer será quien le decidirá a cometer un acto que podría ser el fin de su pesadilla y el comienzo de la realidad que descubrirá en otro salto temporal, en el que se descubre sumido en un estado de culpabilidad que no le permite contestar a las muchas preguntas que se han acumulado en su mente, así como también le impide comprender si todo cuanto ha narrado ha sido fruto de una ficción que le ha apartado de su verdadera existencia.

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