jueves, 12 de enero de 2012

El incomprendido (1966)


La muerte de un ser querido no afecta a todos por igual, pues cada uno tiene una percepción distinta del trágico suceso, por ese motivo el cónsul británico en Florencia, sir John Edward Duncombe (Anthony Quayle) pretende mantener en secreto la muerte de su esposa, al menos desea ocultársela a su hijo más pequeño, Milo (Simone Giannozzi). Su otro hijo, Andrea (Stefano Colagrande) le observa y escucha sus palabras, que indican que su madre se encuentra en algún lugar de reposo. El rostro de Andrea confirma que el muchacho no cree lo que escucha, pues él sabe la verdad, cuestión que se descubre cuando su padre se la confiesa. Ese momento es de vital importancia, pues Sir Edward asume que su hijo es fuerte y ha aceptado un hecho que a ambos duele y separa. El incomprendido (Incompreso) es un título perfecto para describir a Andrea, un niño que sufre y hecha de menos el cariño de su madre, así como la comprensión y la amistad de su padre. El joven Andrea se muestra tierno, a la vez que enfadado; es un ser perdido en busca de un guía que le indique qué debe hacer, sin embargo, su padre se encuentra cegado por su propio dolor y no presta atención al de su hijo, a quien únicamente ve como a un muchacho sin apenas sentimientos, cuando en realidad sería todo lo contrario, pues Andrea es el más débil de todos, y es quien más ayuda y atención necesita. Con la aparición del tío Will (John Sharp), más cercano al universo infantil que el resto de los adultos, parece que la relación entre padre e hijo evoluciona hacia un acercamiento positivo, pero sólo sería un espejismo, pues Andrea continúa siendo un incomprendido. La sensibilidad con la que Luigi Comencini rodó El incomprendido (Incompreso) no deja indiferente, pues consigue que el espectador se meta en la piel de un muchacho que sufre la soledad que significa la incomprensión y la falta de un cariño que parece pedir a gritos, y que nadie escucha. De este modo, Andrea asume que se encuentra sólo, una condena que acepta pero que no desea, por eso cuando descubre la cinta magnetofónica en la que escucha la voz de su madre, su corazón se reconforta, pues parece que ella le habla y que se encuentra a su lado para abrazarle; de igual modo, no resulta extraño que cuando sufre el accidente, pida que se le lleve a la sala donde se encuentra el retrato de su madre, pues sabe que ella le cuidará, y en caso de algo peor, podrán reunirse. La vida de Andrea es triste, pero no por ello deja de poseer momentos felices al lado de su hermano pequeño, o al lado de su padre, cuando éste parece que ha comprendido sus necesidades. De este modo, Luigi Comencini logró, sin caer el la búsqueda del llanto fácil ni en la caricatura de los sentimientos que presenta, una combinación excepcional de la soledad, la tragedia, la ternura y la infancia, un mundo que para los adultos resulta incomprensible, cuestión que no deja de ser contradictoria, pues todo adulto ha sido niño o al menos eso es lo que se dice.

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