lunes, 23 de enero de 2012

La chica de la fábrica de cerillas (1990)


Liris (Kati Outinen) se observa triste, silenciosa y llena de deseos frustrados; pero aún así continúa teniendo ilusiones y necesidades como cualquier otra chica de su edad. Sin embargo, existe una clara diferencia con el resto, pues vive condenada a una monotonía que mina su paciencia y su mente, y que le empuja hacia un pensamiento destructivo que acabará dominando sus actos. La chica de la fábrica de cerillas (Tulitikkutehtaan tyttö) muestra a una mujer rodeada de nada, porque nada serviría para definir cuanto posee y cuanto le rodea. Liris vive con su madre (Elina Salo) y con su padrastro (Esko Nikkari), dos personas con quienes no mantiene relación, salvo para entregar el sueldo que gana en esa fábrica que abre el film mostrando el proceso de fabricación de las cerillas, una monotonía agobiante que también se descubre en ella. La soledad y la apatía son dos compañeras siempre presentes en su existencia, en contraposición de aquello que le gustaría, pues únicamente desea sentir algo de calor y de cariño. Su falta de relaciones es total, como se descubre cuando sale a divertirse, cuestión que nunca logra, porque nunca se le acerca nadie. Quizá el problema reside en ella y no en los demás, posiblemente este pensamiento ronda por su cabeza cuando decide el cambio, o una nueva apariencia, que se produce con la compra de un vestido que le acarrea el violento rechazo de su padrastro y la oportunidad de una inexistente e idealizada relación con un desconocido (Vesa Vierikko) que la confunde con una prostituta; y que, sin mediación de palabras, le paga por los servicios prestados a los que ella en ningún momento ha puesto precio. Este encuentro se convierte en el detonante de los hechos que se producirán a continuación, pues el rechazo de Aarne y su falta de interés, incluso tras conocer la noticia del embarazo de Liris, es total y confunden (o deciden) a una mente desilusionada y al límite. La realidad trágica que aleja a Liris de su pensamiento racional, para convertirla en un ser que pierde el norte, la impulsa a terminar con cuantos le han hecho desdichada; su sangre fría es total y letal, convencida de lo que hace, sin remordimientos de ningún tipo. Aki Kaurismäki realizó un estudio sobrio, oscuro y frío sobre la soledad y la frustración, utilizando para ello escasos diálogos y escenas de ritmo lento y agobiante que muestran el alejamiento que existe entre los personajes. La vida condena existencial de Liris sería anterior al encuentro con el desconocido, pues queda patente que su personalidad ha perdido el equilibrio tiempo atrás, rodeada de ese ambiente opresivo y distante, siempre frío, siempre vacío y siempre igual, un entorno que le obliga a una involución que la convierte en un ser que nada tiene que perder, porque nada es lo que tiene.

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