domingo, 15 de enero de 2012

Los vikingos (1958)


Las luces se apagan, la pantalla se ilumina con el colorido de los grabados y una voz suena. La oscuridad es la señal, la tela nuestra puerta de entrada al pasado y las palabras que llegan a nosotros son ecos del ayer. Nos dicen que, durante los siglos VIII y IX, la costa inglesa sufrió numerosos ataques de los hombres del norte. Esa voz nos ha trasladado a la época de los vikingos, guerreros y marinos cuyo máximo honor sería morir espada en mano y, orgullosos, entrar en el Walhalla, su paraíso, el prometido a todo bravo guerrero. Pronto comprendemos que se acabó lo idílico, en Los vikingos (The Vikings, 1958) no hay lugar para la inocencia ni la ingenuidad de aventuras cinematográficas previas. Es un film carnal y visceral, violento, como sus protagonistas, pero lleno de belleza primitiva. Su ambientación, la fotografía de Jack Cardiff, los personajes, el pulso de Richard Fleischer, contundente y estable, pasa del intimismo a la épica y a la batalla, sin resentirse; e igual de bravo y seguro de su narrativa, Fleischer va de la brutalidad a la tragedia familiar, de la rivalidad a la atracción-rechazo que une el destino del triángulo protagonista.


La historia de
Los vikingos se inicia con una incursión en tierras británicas del joven rey Ragnar (Ernest Borgnine), que asola con sus huestes el reino de Nortumbría, masacrando y rapiñando cuanto se pone a su alcance, incluso llegando a violar a la reina Kitala (Eileen Way). Las consecuencias del ataque vikingo marcan el futuro de los personajes: Kitala queda embarazada y el rey de Nortumbría muere, hecho que permite que Aella (Frank Thring) acceda al trono y esto advierte a la reina de la necesidad de enviar al recién nacido lejos de allí. La intención de Kitala y del padre Godwin (Alexander Knox), al enviar al niño a Italia, es la de mantenerlo a salvo. En tierras transalpina recibiría una educación cristiana, bajo la tutela de unos monjes, sin embargo, nada de eso ocurrirá.


Veinte años después, ya en el presente en el que se desarrolla el resto de la historia, se descubre que el pequeño se ha convertido en un joven esclavo llamado Eric (Tony Curtis). Eric ha crecido bajo las costumbres vikingas, sin duda sería uno más entre ellos, a no ser por la realidad que le condena a servir a sus amos, como se descubre cuando se celebra la fiesta de retorno de Ragnar tras su última expedición a las costas británicas, de donde se ha traído a un Lord inglés llamado Egbert (James Donald). Este noble ha logrado escapar de las garras del rey Aella, cuando éste pretendía ejecutarlo tras descubrir su traición, además de aliado de los vikingos, Egbert será quien descubra la verdadera identidad del joven esclavo. Sin embargo, es otra presencia la que sorprende y enfrenta a Eric y a Einar (Kirk Douglas), el hijo legítimo de Ragnar. Morgana (Janet Leigh), la bella prometida del rey Aella, cala en el corazón de estos dos bravos guerreros, quienes desde el primer momento en el que se encuentran frente a frente inician un enfrentamiento que les perseguirá hasta el final, salvo en el instante en el que deben unir fuerzas para alcanzar un objetivo común.


La puesta en escena de 
Richard Fleischer en Los Vikingos destaca por su atractivo realismo, magnificado por la soberbia fotografía de Cardiff y un excelente reparto, que hace posible la intención del director (y guionistas) de respetar las costumbres del pueblo vikingo; de hacernos creer que son vikingos, pero sin caer en un estudio riguroso de las mismas. Esto permite que la aventura sea la protagonista de una historia que se acerca a la tragedia clásica, de ritmo sin altibajos, emocionante en todo su metraje, en el que la acción muestra los motivos que impulsan a los personajes hacia una resolución inevitable marcada por el destino, que ha decidido al inicio del film. Ese mismo azar permite que Eric ayude a Ragnar a morir como un verdadero vikingo, sin que ninguno de los dos conozca el vínculo familiar que les une. Un lazo que Einar descubre, pero que no atenúa sus sentimientos hacia el esclavo con corazón de vikingo; sin que su odio desaparezca acepta la propuesta de aquel a quien desea matar, porque antes debe vengar la muerte de su padre en una última incursión en el reino de Nortumbría. Los vikingos pretende ser fiel con la realidad que rodeaba a ese pueblo del norte de Europa, pero su historia podría trasladarse a cualquier época, pues en ella se descubren aspectos atemporales como el romance o la tragedia que se gesta sin que los implicados sean conscientes de que el destino les conduce hacia lo inevitable.

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