martes, 7 de febrero de 2012

La extraña pareja (1968)


Compartir apartamento es un hecho de lo más habitual, a veces por cuestiones económicas, sentimentales o por esa soledad de la que la mayoría de las personas huye desoyendo el dicho “mejor solo que mal acompañado”. Para dar mayor credibilidad al refrán viene al caso un particular que lo corrobora desde el primer instante, pues no hay más que observar a Oscar (Walter Matthau) al inicio de La extraña pareja (The Odd Couple, 1968), cuando organiza la partida de poker en un salón donde se podría encontrar de todo y de nada si se busca entre el desorden, la suciedad o entre la cortina de humo que crea el cigarro que Speed (Larry Haines) siempre tiene entre sus labios. Este Oscar es totalmente distinto al Oscar víctima de su amigo Felix (Jack Lemmon), aquél que pierde parte de su encanto dentro de esa misma casa antaño dichosa, ahora irreconocible y reluciente, que se ha convertido en una sádica tortura para sus nervios. Pero regresando al principio de la historia, los presentes en la partida de cartas se preguntan ¿dónde puede estar Felix Ungar, pues no suele retrasarse? El espectador conoce la respuesta a la pregunta que se plantean los amigos del torpe suicida, un hombre que por mucho que intentase quitarse la vida no lo conseguiría (ni aunque le fuese la vida en ello), de este modo se descubre que Felix es un tipo peculiar, sumido en un estado que le hace pasear sin rumbo por las calles o alquilar una habitación de hotel desde la que pretende lanzarse al vacío, sin embargo, no lo consigue y se acerca hasta el apartamento donde sus amigos ya se han enterado del asunto que le ha causado la desesperación; nada más y nada menos que su separación matrimonial tras doce años de comportarse como Felix Unger. ¡Aquí no pasa nada! ¡qué nadie nombre la palabra suicidio! ¡ya sabemos como es Felix! Pues sí, Felix es un tipo sin confianza en sí mismo, nervioso, aprensivo y muy maniático, sobre todo en lo referente a las labores de cocina y limpieza, dos cuestiones que atacan los nervios de sus compañeros de timba, conscientes de que ahora serían ellos quienes podrían intentar suicidarse. Oscar Madison, además de ser un jetas y desconocer la palabra orden, resulta que es un mujeriego, pero también un individuo que se siente solo y un buen amigo, como demuestra cuando decide hacerse un favor a sí mismo y a Felix, ofreciéndole compartir su apartamento y la promesa de una vida de solteros en la que no faltaría la diversión. Oscar no se engañaba, pues la diversión no falta, sobre todo para el espectador que observa como las predicciones de Oscar no se cumplen. La promesa de una soltería de juergas y de salidas nocturnas a la caza de alguna chica se convierte en: no manchar la casa, comer sobre la mesa, procurando que no caiga ni una miga de pan o no posar los vasos fuera del lugar indicado, en caso contrario se corre el riesgo (confirmado al 100%) de que aparezca el robot doméstico que responde al nombre de Felix. Las partidas de póker se convierten en una sesión de limpieza que incomoda a todos los presentes, puesto que el maniático del orden no para de entrar y salir de su cocina, limpiando, recogiendo o haciendo los bocadillos más sabrosos que ha probado Vinnie (John Fiedler). Tras tres semanas de convivencia, Oscar se desespera y demuestra que existen personas incompatibles, a pesar de la amistad que sientan el uno hacia el otro, como también descubre que existen parejas o matrimonios (ellos lo parecen) tan contrarios que lo que uno desea, el otro no lo consiente, del mismo modo que los gustos del otro no son los gustos del uno, y así hasta el inevitable divorcio, bueno, no tanto, en este caso, hasta que Felix accede a la petición de Oscar para invitar a cenar a las hermanas periquito, que a la postre sería la gota que colmaría la paciencia de uno de los miembros de una comedia tan divertida como La extraña pareja, película que se basó en la obra de teatro de Neil Simon (él mismo se encargó de adaptar el guión) y que fue dirigida por Gene Saks, quien tuvo la fortuna de contar con la presencia de dos actores excepcionales, en estado de gracia, dos tipos entrañables de indudable talento para la comedia que mostraron desde la risa la vida en pareja y las cuestiones que chocan dentro de la misma.

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