viernes, 3 de febrero de 2012

Los violentos años veinte (1939)



La primera película de Raoul Walsh para la Warner se adentra en el gangsterismo pero no muestra a un delincuente sin escrúpulos que ambiciona alcanzar la cima de la criminalidad que le haga sentirse el rey del mundo, como habían hecho las producciones de gánsteres más destacadas de los primeros años de la década de 1930, que exponían el ascenso y la caída de inolvidables pequeños César y Caras Cortadas, sino a un personaje como Eddie Bartlett (James Cagney), condicionado por los vaivenes socioeconómicos de la época que le toca vivir y que le empuja a delinquir para sobrevivir, más que a alcanzar la cima desde la que finalmente se produce su inevitable caída. Podría decirse que este personaje es novedoso, al menos diferente, porque presenta una complejidad y un conflicto que le distancia de los hampones mitificados por el celuloide en films como Hampa dorada (Little CaesarMervyn LeRoy, 1932) o Scarface (Howard Hawks, 1932). Eddie no es un criminal sin escrúpulos, en él hay una serie de valores que marcan la diferencia y que se descubren en su amistad con Lloyd y Danny y en el amor que siente hacia Jean Sherman (Priscilla Lane), la persona más importante para él y quien, a la postre, será su oportunidad para redimirse. Eddie vive un falso sueño de amor y de grandeza, ilusión que empieza a tambalearse cuando realiza uno de sus golpes en compañía de George, un hombre que no entiende de amistad y a quien únicamente interesa el poder y el dinero. Al contrario que el Eddie de James Cagney, el personaje de Humphrey Bogart, George, ya apuntaba maneras de criminal en las escenas de 1918. Pero los años han pasado, las situaciones se suceden y empujan a Bartlett a la criminalidad en la que triunfa y donde, inevitablemente, sufre su caída, pues los movidos años veinte tocan a su fin el 28 y el 29 de octubre de 1929, cuando la bolsa hace crack en un instante que también significa el crack para Eddie y que, entre otras muchas consecuencias, genera un cambio radical en la política y una nueva realidad social donde, en apariencia, no habría cabida para delincuentes como el propio Bartlett o George Hally, y sí para los Lloyd Hart y las Jean Sherman.


Probablemente, si 
Eddie Bartlett no hubiese vivido los ajetreados años veinte habría sido el gran tipo que Panama Smith (Gladys George) creía que era, sin embargo, los hechos que se muestran impiden creer que fuese totalmente cierta tal afirmación. Eddie no era un hombre ruin por naturaleza, como se muestra durante las primeras escenas que transcurren en plena Gran Guerra; es un tipo corriente, con pensamientos y deseos corrientes. En 1918, Eddie Bartlett combatía en Francia, país donde coincidió con George Hally (Humphrey Bogart) y Lloyd Hart (Jeffrey Lynn), otros dos jóvenes estadounidenses que, como tantos otros, luchaban en el viejo continente, lejos de sus hogares. En 1920, cuando Eddie regresa a su país natal, se encuentra con algo que no se espera, todo ha cambiado; los precios han subido y la tasa de desempleo se ha disparado. Este joven ex-combatiente siente frustración cuando descubre que no le han guardado, tal y como le habían prometido, su antiguo puesto de trabajo en un taller de reparación de automóviles, no obstante, no se desanima, al menos no por completo, y busca un empleo que le permita continuar con su vida; pero, salvo el ofrecimiento de su buen amigo Danny Green (Frank McHugh), no hay nada para él, ni para otros miles de jóvenes en su misma situación.


Además de una historia de gangsterismo, 
Los violentos años veinte (The Roaring Twenties, 1939) es un excelente y rítmico drama sobre una década convulsa que se inicia con la llegada de los últimos soldados procedentes de los campos de batalla europeos y con una ley desafortunada que provocaría una era violenta y sangrienta. La ley seca prohibía la venta y el consumo de alcohol, lo que no significó que los licores dejasen de consumirse, ya que tipos como Eddie aprovecharían la nueva situación para dedicarse al contrabando, a la elaboración y a la venta de un material de dudosa calidad, que les reportaría millones de dólares en beneficios no declarados al fisco. A partir de la prohibición, el consumo de alcohol se multiplica y la población lo asume como una cuestión de moda; lo prohibido marca tendencias y se convierte en sinónimo de diversión; los locales clandestinos surgen por todas partes, descubriéndose como el centro de reunión de la sociedad del momento. La entrada de Eddie en el mundo del hampa se produce cuando coincide con Panama en uno de esos locales, donde le detienen sin ser culpable del delito del que se le acusa. Tras un juicio en el que se le condena a pagar una multa de cien dólares (que no puede abonar) o sesenta días de cárcel (que no quiere cumplir, pero que dada su condición monetaria debe asumir) se convence de que si no actúa nadie lo hará por él. Gracias a Panama no cumple la condena, pues ella paga la fianza y le propone que se asocien para buscar ese beneficio instantáneo e ilícito generado por la venta de bebidas alcohólicas. Los violentos años veinte es un excepcional film de gánsteres, contundente y atractivo, que no solo habla de amistades y vidas rotas, sino que reflexiona sobre las principales causas que dieron origen a la existencia de tipos como Eddie y, entre las posibles, señala a esa ley que atentaba contra la libertad personal, una ley que en buena medida fue la responsable de crear hombres como Bartlett o como Georges, que creciesen al margen, en la ilegalidad, protegiéndose con sobornos y enfrentándose a bandas rivales en busca de hacer real el sueño de riqueza inmediata.


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