sábado, 3 de marzo de 2012

The Artist (2011)



Mirar atrás no tiene que ser un ejercicio de nostalgia, puede ser una búsqueda de modernidad, un homenaje o una variedad de todo ello. Las mejores obras del cine mudo permanecen modernas, es decir, se disfrutan hoy igual que ayer. Así que buscar inspiración en ese cine no debería desconsiderarse, sino tenerlo en cuenta como una posibilidad. En esto es de agradecer que Michel Hazanavicius se alejase de las fórmulas habituales y repetitivas para enfocar una película como The Artist (2011) decantándose por un “regreso” a los orígenes del cine y, desde ahí, exponer la experiencia vital de George Valentine (Jean Dujardin). El personaje asoma cual un Douglas Fairbanks abonado al éxito y acosado por una multitud de admiradores que adoran sus películas, fantasías que cobran forma a través de la imagen, el montaje, la representación y el ingenio de sus responsables. Parece que la vida le sonríe, como lo hace esa joven a quien conoce accidentalmente en una de sus apariciones públicas y multitudinarias, una muchacha que desea convertirse en actriz. Peppy Miller (Bérénice Bejo), tras salir en la primera página de Variety en compañía de Valentine, se presenta en busca de una oportunidad en la productora que dirige Al Zimmer (John Goodman), la misma que produce los films de la estrella, quien saldrá en defensa de la joven cuando Zimmer pretende echarla del estudio. Gracias a la intervención de George Valentine, la carrera de Peppy Miller se pone en marcha en 1927 —año del estreno de El cantor de jazz (The Jazz Singer, Alan Crosland, 1927)—, progresando poco a poco hasta que en el año 1929, cuando el sonido llama a las puertas del cine hollywoodiense que definitivamente se le abrirán de par en par (y acaba imponiéndose al tradicional mutismo), alcanza la gloria que hasta ese momento disfrutaba Valentine. George Valentine se niega al nuevo avance, y se aferra a su creencia de poder lograr una buen película sin diálogos, sin sonido, un film como los que siempre ha hecho y en los que se siente seguro. Empeñado en su propósito de no aceptar los cambios que se avecinan, George invierte su dinero y se embarca en un film que dirige, produce e interpreta, una película que resultará un fracaso, y que conlleva su alejamiento definitivo de las pantallas, así como el inicio de una caída lenta y dolorosa, que se contrapone con el fulgurante éxito de Peppy, quien se convierte en la novia de Hollywood. La vida de George sufre un giro radical, nadie parece recordarle, y la relación con su esposa es tan silente como los films en los que participaba, llegando al extremo de que Doris (Penelope Ann Miller) le abandona; así pues, George sólo cuenta con la compañía de su perro y de su mayordomo, (James Cromwell), el mismo que lleva un año sin cobrar y a quien despide para que pueda ganarse la vida. La situación con la que se enfrenta George Valentine con la llegada del sonoro sería similar a la de muchas estrellas de la época, y se asemeja en la distancia, a la expuesta en el personaje interpretado por Gene Kelly en Cantando bajo la lluvia (Singin’ in the Rain, Stanley Donen y Gene Kelly, 1962), una estrella del cine mudo que debe adaptarse a los nuevos tiempos, sin embargo, George Valentine se decanta por una postura que será rechazada por ir a contracorriente. The Artist decide ir a contracorriente al presentar una historia silenciosa en una época llena de sonidos donde los efectos priman sobre la historia o los diálogos vacíos y triviales se repiten hasta la saciedad, provocando que se tenga la sensación de estar viendo la misma (mala) película una y otra vez; por eso resulta esperanzador o al menos agradable encontrase ante un film que pretende un cambio de aires, como si quisiera protestar ante tanta mediocridad. Sin embargo, la propuesta de Hazanavicius parece perder fuelle a medida que avanza la historia, convirtiéndose en un melodrama que se centra en la caída de George y en su posible (y más que probable) encuentro romántico con Peppy, un encuentro que se hace esperar y que debería servir para equilibrar los dos mundos que representan. Pero a pesar de no inventar nada nuevo (el cine mudo y el blanco y negro no son novedades a estas alturas), sí existe la voluntad y el acierto de querer hacer una buena película que se revela dentro de un panorama repleto de numerosos films carentes de interés, pero producidos por el interés de generar beneficios; así pues, el éxito de The Artist podría ayudar a replantearse el rumbo a seguir, porque existen numerosas posibilidades para realizar propuestas interesantes sin que por ello se corra el riesgo de perder beneficios; por eso a veces mirar atrás y  recordar que existen grandes películas, clásicos con mayúscula, mucho más vivas y modernas que la mayoría de las producciones que llenan las salas comerciales, puede resultar positivo y ayudar a encontrar el equilibrio y la valentía necesaria para dar un paso hacia adelante, sin que por ello se deba renunciar a lo comercial que, al fin y al cabo, es lo que hace que el cine continúe existiendo.

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