lunes, 26 de marzo de 2012

La infancia de Iván (1962)



Eduard Abalov
 fue el primer encargado del rodaje de La infancia de Iván (Ivanovo detstvo, 1962), pero el resultado no gustó a los responsables de Mosfilm, la productora estatal que controlaba las películas que se realizaban en la extinta Unión Soviética, y el proyecto llegó a manos de Andrei Tarkovski, por aquel entonces un joven que acababa de presentar su film de graduación en la escuela de cine. Tarkovski aceptó el reto, pero lo hizo suyo, enfocando la adaptación de la novela de Vladimir Bogomolov desde una perspectiva personal que ya apuntaba hacia el estilo reconocible de su posterior obra fílmica, en la que abunda la poesía visual que en su ópera prima se desarrolla desde el silencio, la presencia del agua (el río o el mar) y los paisajes desolados que envuelven la tragedia que afecta al niño que da título a la película, pero también a los soldados que le han acogido como si se tratase de un hijo, ya que Iván (Nikolai Burlyayev) no tiene más familia que ese reducido grupo de soldados con quien comparte un tiempo de miseria y destrucción. Sin embargo el film se inicia mostrando a un niño inocente, feliz, ajeno a cuanto le afectará posteriormente, que deambula por un bosque claro y rebosante de vida para poco después encontrarse con su madre (Irma Rauch). Esta evocación del pasado se convierte en un presente oscuro en el que no tiene cabida la inocencia de Iván, pues esta ha desaparecido como consecuencia de la guerra. El teniente Galtsev (Yevgeni Zharikov) descubre a un niño de doce años que habla como si se tratase de un soldado experimentado, el muchacho no duda, no muestra más intención que la de comunicarse con el teniente coronel Gryaznov (Nikolai Grinko). El cineasta enfocó la pérdida de la infancia de su joven protagonista desde la abstracción onírica y visual que se observa en las imágenes que crean una sensación extraña, desoladora, que atrapa y amenaza a ese pequeño explorador que no desea abandonar a sus únicos amigos, en quienes ve a su única familia, porque desea luchar y así vengarse por el fin de aquellos días felices. Iván no quiere aceptar las palabras del teniente coronel Gryaznov, tampoco las del capitán Kolin (Valentin Zubskov), quienes pretenden alejarle del frente. Las protestas del niño no sirven, de modo que decide escaparse, convencido de que su lugar se encuentra en el frente, ya sea con sus amigos o con la guerrilla; su deambular permite descubrir la soledad, la destrucción y la miseria que existe a su alrededor, deteniéndose ante un anciano solitario, cuya presencia remarca las anteriores sensaciones. Pero sus protectores no tardan en encontrarle e insisten en enviarle a la escuela militar, no por deshacerse de él, sino porque desean ofrecerle una oportunidad que le permita recuperar aquello que la guerra le ha robado, pero ya es tarde, la mente de Iván ha sido marcada por las vivencias que le alejan de aquel idílico comienzo al lado de su madre, circunstancia que confirma que no podrá recuperar lo que ha perdido. La infancia de Iván muestra la belleza al principio y al final del film, en contraposición con la fealdad que domina el resto del metraje, confirmando que no se trata de una película que glorifique al régimen o al ejército soviético, sino de un film profundo que no esconde su postura antibelicista, que se muestra desde unas imágenes sinceras y expresivas que no necesitan explosiones ni combates para manifestar la violencia innata a la guerra, una violencia que afecta y marca el comportamiento de Iván o de cualquier persona que la sufra.

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