martes, 10 de abril de 2012

El gran desfile (1925)



Entre sus films aficionados y sus trabajos profesionales, King Vidor llevaba más de diez años dedicado a la dirección —su primer largo data de 1919– cuando alcanzó el éxito absoluto. Lo consiguió con El gran desfile (The Big Parade, 1925), una de las grandes obras maestras del cine bélico, punto de inflexión en un género que asumiría como propios muchos de los aspectos planteados por Vidor. Las primeras imágenes trasladan la acción a 1917, a un país en pleno desarrollo industrial, donde el auge económico se muestra en la construcción de grandes rascacielos y en las numerosas fábricas que delatan un avance económico que se ve entorpecido con la entrada en la contienda que se desarrolla en Europa. Ni el auge económico ni los conflictos bélicos parecen preocupar al joven en quien se centra la historia, Jim Apperson (John Gilbert), cuya única meta consiste en divertirse y aprovechar la buena posición que le permite la fortuna de su padre (Hobart Bosworth). No obstante, cuando los Estados Unidos entran en la guerra, se alista tras observar un desfile multitudinario; las banderas, el júbilo de las masas y las marchas marciales parecen indicarle que siga la corriente, sin preguntarse por qué le atrae y por qué se alista. Jim ni se encuentra a favor ni en contra de la guerra, sólo es uno más entre esa multitud de jóvenes que se deja arrastrar por el fervor de un momento, sin llegar a pensar en las consecuencias de su decisión, no las inmediatas que se observan en su novia (Claire Adams), quien se muestra orgullosa de él, incluso llega a decirle que le amará más al verlo de uniforme (sin ser consciente de que esa guerra les separa). También se descubre en el señor Apperson (el padre de Jim) un cambio de actitud con respecto a su hijo, abandonando sus reproches y mostrando la alegría que le proporciona saber que Jim se ha alistado y combatirá por su país, postura opuesta a la de la madre (Claire McDowell), quien no puede disimular el miedo y la ansiedad que le crean saber que su hijo parte hacia el frente. Este inicio evidencian una ilusión creada por el desconocimiento o la ignorancia, una ilusión que desaparecerá cuando el joven comprenda la verdadera magnitud del frente, donde descubrirá una realidad en la que sólo observa muerte y destrucción. Su primer contacto con el ejército le proporciona la oportunidad de conocer a jóvenes en su misma situación, desconocidos con quienes entabla amistad, compartiendo tiempo, sufrimientos y alegrías. Jim, Slim (Karl Dane) y Bull (Tom O'Brien) se convierten en inseparables, sin alcanzar a comprender que alguna bala perdida, en un frente al que todavía no ha sido enviados, podría separarles para siempre. La estancia en Francia se encuentra dividida en dos partes, la primera se desarrolla lejos del campo de batalla, en un pequeño pueblo donde Jim conoce a Mélisande (Renée Adorée), con quien se comunica mediante gestos o utilizando un diccionario que les ayuda a comprenderse; ese paréntesis de paz les acerca, permitiendo que surja el amor y la promesa de regresar a su lado; sin embargo, el destino no se encuentra en las manos de ninguno. La compañía de Jim parte hacia el frente en una larga hilera de camiones, los cuales abandonan para realizar la última parte del trayecto a pie; momento en el que Jim empieza a comprender la realidad que les aguarda. La desilusión se hace patente en El gran desfile, su presencia no puede ser más expresiva, ya que no se esconde, sino que se descubre en el carácter destructivo de una guerra que acaba con vidas, esperanzas y futuros que se quedan en un campo repleto de ilusiones que jamás serán; incluso para quienes sobreviven, la inocencia se habrá perdido para siempre. King Vidor no juzga, solo muestra una realidad que habla por sí misma, y que Jim descubre definitivamente cuando debe acatar las órdenes y dejar que Slim sea acribillado por las balas enemigas. Ante la imposibilidad de salvar a su amigo, Jim exclama que la guerra sólo es un gran desfile al marcharse y al regresar (muchos no tendrían esa suerte), comprendiendo el sin sentido que observa a su alrededor, mientras se pregunta ¿para qué demonios sirve la guerra? El gran desfile se cierra con un epílogo donde se muestra a Jim desencantado con cuanto ha visto, una guerra que no sólo afecta a los soldados, sino a los civiles como se apunta en la migración de Mélisande y vecinos, que se ven obligados a abandonar sus hogares, o la señora Apperson, quien ha sufrido la ausencia de un hijo que recupera, pero que ya ha dejado de ser aquel niño al que dio vida.



No hay comentarios:

Publicar un comentario