martes, 3 de abril de 2012

Robin y Marian (1976)



La imagen del personaje de Robin Hood expuesta por 
Richard Lester en Robin y Marian (Robin and Marian, 1976) muestra el desencanto y el desarraigo de un hombre que ha perdido sus ilusiones, su juventud, un hombre a quien solo le queda el recuerdo de la mujer que abandonó para combatir al lado de Ricardo Corazón de León (Richard Harris). Han transcurrido veinte años desde aquella, tiempo suficiente para que Robin (Sean Conney) comprenda que su aventura por Tierra Santa no resultó como habría imaginado antes de dejarlo todo y seguir al monarca en una cruzada que únicamente le mostró violencia y muerte. Las sensaciones que dominan a Robin se comprenden cuando se le observa al lado de John (Nicol Williamson); ambos han envejecido al servicio de ese rey que les ordena destruir un castillo donde solo quedan las mujeres, los niños y el anciano que lo defiende. Ese instante muestra la locura o el capricho del monarca a quien Robin ha seguido porque (como él mismo dice) es su rey, sin embargo, no puede aceptar la orden, ya que ésta implica asesinar a más inocentes. Los primeros minutos de Robin y Marian reflejan la desilusión que embarga a Robin, quien habría observado caos y destrucción durante su periplo lejos de Inglaterra; su rostro, su soledad (a pesar de la presencia de su amigo John) o sus palabras, confirman su cansancio y su derrota. Tras la muerte del monarca, Robin y John regresan al hogar que abandonaron dos décadas atrás, aferrados a la ilusión de recuperar parte de lo que han perdido. La intención principal de ese hombre, a quien el folclore popular ha encumbrado a la categoría de mito, sería la de reencontrarse con la mujer que abandonó para vivir la desventura de una guerra que también le apartó de amigos como el fraile Tuck (Ronnie Baker) o Will Scarlett (Denlhom Elliott). Su tránsito por Sherwood enfrenta el pasado con un presente en el descubre cambios inevitables, tanto en el bosque como en sus viejos amigos; pero su mayor sorpresa la recibe cuando escucha que la mujer con quien desea encontrarse se ha convertido en la madre superiora de un convento. Robin añora aquella sensación lejana (y nunca olvidada) al lado de Marian (Audrey Hepburn) y, a pesar de la noticia, sabe que tiene que verla si pretende retomar una vida que pudo ser, pero que no fue. La idea de recuperar el amor se convierte en la ilusión de continuar vivo, joven y capaz de volver a disfrutar de lo único que ha merecido la pena en su vida; sin embargo, los deseos del soldado chocan con la realidad que descubre a su alrededor. Marian no es la misma, o al menos esa sería la sensación que desvela el primer contacto, se muestra fría, distante y sin ilusiones. Marian prioriza la protección de su congregación por encima de cualquier sentimiento que pueda guardar con respecto a Robin, asumiendo que debe sacrificarse para salvar a sus monjas de la persecución eclesiástica ordenada por el rey Juan (Ian Holm). La personalidad de Robin le impulsa a continuar combatiendo, constante que no le abandona y que reaparece cuando evita que Marian sea apresada por el sheriff de Nottingham (Robert Shaw), su viejo rival, un hombre que admira a Robin, porque en él reconoce a un igual, y en quien también se descubre el desencantado que ha ido acumulando con el paso de los años. Robin y Marian no gira en torno a la aventura de un héroe, sino a la pérdida, al paso del tiempo y al amor de dos seres que, habiendo perdido la esperanza, pueden disfrutar de un breve interludio en su añorado bosque, allí, bajo sus árboles, recuperan parte de un pasado que no ha sido, y que les confirma la sinceridad de un sentimiento que se vuelve trágico fuera de Sherwood, momentos antes de que Robin dispare su romántica flecha final.

No hay comentarios:

Publicar un comentario