jueves, 26 de abril de 2012

Un maldito embrollo (1959)

El cine policial es más típico de la cinematografía estadounidense que de la europea, pero eso no quiere decir que no existan excelentes films que presentan como personaje principal a investigadores tan peculiares como el comisario Ingravallo (Pietro Germi), un policía descreído y sarcástico, que acude al palacete donde se ha producido el robo de unas joyas. Allí nadie ha visto el rostro del ladrón, al menos no de una manera que pueda aportar alguna pista para un comisario que pregunta, indaga, sopesa la situación y no tarda en encontrar un sospechoso: Diomede (Nino Castelnuovo), el novio de Assuntina (Claudia Cardinale), la criada de Liliana Banducci (Eleonora Rossi Drago); pero resulta que éste joven no ha podido ser, ya que se encontraba con una turista que pretendía pasar un buen rato. Este primer contacto con Ingravallo permite descubrir a los inquilinos y sus costumbres, cuestión ésta última siempre presente en el film. Un maldito embrollo (Un maledetto imbroglio) fue un film atípico dentro de la cinematografía italiana, más cercana a la comedia o al drama que a la intriga enrevesada que se inicia una semana después del robo, en ese mismo edificio, cuando aparece asesinada Liliana Banducci, crimen que de nuevo lleva al comisario Ingravallo a interrogar a esos mismos vecinos para descubrir posibles móviles e investigar a los sospechosos, entre los que se encuentran Romo Banducci (Claudio Gora), marido de la víctima, y Valderena (Franco Fabrizi), primo lejano de aquella, quien se hace pasar por médico, a pesar de no haber concluido los estudios de medicina. No hay pruebas tangibles, sólo conjeturas o ideas que sirven para desenmascarar aspectos de las vidas de los dos principales sospechosos, individuos que ocultan cuestiones que el detective descubre y que le confirman la ausencia de moralidad de ambos. El comisario no puede ocultar la antipatía que siente hacia esos dos hombres que no puede relacionar con el crimen, y en quienes encuentra aspectos personales que no tendrían nada que ver con la imagen que pretenden ofrecer. Pietro Germi se sirvió de la intriga que se genera como consecuencia de la muerte de la señora Banducci para mostrar el ambiente que rodea a sus protagonistas, de quienes poco a poco se desvelan esas características que les define; así pues, se observa como el inspector se vuelca en un trabajo que le ha conducido a ser ese tipo solitario, rudo y desencantado, un hombre que ha aparcado sus sentimientos, ocultándolos detrás de unas gafas oscuras que, apenas, permiten ver sus ojos, con los cuales estudia el comportamiento de tipos como el falso doctor, un vividor a quien sólo le interesa el dinero, o al esposo de la difunta, para quien sólo cuentan las apariencias, por eso ha intentado ocultar su relación con la menor que su esposa había recogido de la calle. Dicha infidelidad sería descubierta por la difunta, poco antes de su fallecimiento, convenciéndola para cambiar su testamento, evidencia que relaciona su muerte con su esposo; sin embargo, esta nueva pista conduce al mismo lugar de siempre, a un callejón sin salida que lleva a ninguna parte.

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