lunes, 14 de mayo de 2012

Cuatro pasos por las nubes (1942)

Un par de años antes del inicio oficial del neorrealismo italiano, Alessandro Blasetti rodó una comedia, escrita por Cesare Zavattini y Piero Tellini, que se alejaba de la comedia típica del periodo fascista, en la que aparecían algunos rasgos fundamentales de la futura corriente realista de la posguerra, posiblemente debido a la presencia de Zavattini como autor del argumento. En Cuatro pasos por las nubes (Quattro passi fra le nuvole) se muestra una realidad posible en cualquier parte de ese sur de Italia donde se desarrolla la acción que une, durante un breve interludio, a María (Adriana Benetti) y Paolo Bianchi (Gino Cervi). Paolo, representante de una marca de chocolates y caramelos, viaja constantemente para poder mantener a su familia, a pesar de que le crea una insatisfacción que también se descubre en su matrimonio con Clara (Giuditta Rissone). Tras presentar la realidad que domina a Paolo, para nada divertida, la historia se traslada al tren donde coincide de manera accidental con María, triste, asustada y sola, motivos suficientes para convencer al viajante para ofrecerle su asiento, antes de ser expulsado por el revisor con el que discute. Cuatro pasos por las nubes se divide en dos partes, la primera se muestra más divertida, con personajes y situaciones típicas de los pueblos del sur de Italia, como sería el nacimiento del hijo del conductor del autobús en el que vuelven a coincidir Paolo y María, y cuyo retraso es aprovechado para presenta una cómica situación costumbrista. María confiesa el temor a que sus padres la rechacen por haberse quedado embarazada sin estar casada; esa idea la martiriza, consciente de que su familia sentirá una deshonra que quiere evitar, circunstancia que le obliga a pedir a Paolo, siempre correcto y cortés, que se haga pasar por su esposo hasta que lleguen a la granja, para que de ese modo sus padres no sospechen de su falta y puedan continuar viviendo acordes a un honor rígido, inalterable y malinterpretado. La parte más cómica y costumbrista de Cuatro pasos por las nubes concluye cuando Paolo acepta ayudarla, iniciándose una segunda más romántica y dramática. La llegada de María es motivo de alegría, pero también de sorpresa al dar la noticia de que se ha casado; así pues, Paolo es aceptado entre ellos, incluso le insisten para que se quede ya que el trabajo puede esperar. Para no levantar sospechas, el viajante se ve obligado a aceptar la invitación, comprendiendo que la situación se le escapa de las manos. La película de Alessandro Blasetti expone una situación incómoda como sería un embarazo que puede costar a María el rechazo y la expulsión de su hogar, pero también expresa la esperanza que nace en Paolo, quien poco a poco desea que esa sea su vida y no la que tiene al lado de una esposa a la que no ama. La evolución del pensamiento del viajante enfrenta a la vida urbana a la que está condenado con la rural que le proporciona cuanto le falta y que aceptaría de buena gana. Los personajes se definen por la tradición o por la cotidianidad en la que viven, siendo un reflejo fiel de cualquier persona anónima como sería el caso de abuelo (Giacinto Molteni), quien comprende que es un adorno con quien nadie cuenta, pero también sabe que eso le permite decir cuanto piensa, algo que Paolo no puede hacer, obligado a vivir una mentira que le martiriza (su vida). La convivencia de la pareja crea una ilusión que no puede materializarse, un amor que nunca llega a consumarse, pero que resulta evidente y les obliga a confesar la verdad en uno de los momentos más dramáticos de la historia, cuando María habla con su madre (Margherita Seglin), quien acepta resignada, mientras que Paolo se sincera con Luca (Aldo Silvani), el padre, cuya primera reacción sería la ira y la defensa del honor familiar, pero las palabras, duras y sinceras, del falso yerno provocan la reflexión que permite que Luca comprenda que lo que verdaderamente importa no es un honor que se malinterpreta sino la tolerancia o el cariño.

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