martes, 8 de mayo de 2012

Espartaco (1960)


Impulsor y productor de Espartaco (Spartacus, 1960), a Kirk Douglas no le convencía la decisión de Universal Pictures de poner a Anthony Mann al frente del proyecto, pero lo aceptó como parte del acuerdo entre su productora Bryna y el estudio que iba a financiar la película. Por su parte, a Mann no le convencía el enfoque del actor (ni sus intromisiones), así que a las tres semanas de rodaje, y disparado el presupuesto, ambos llegaron a un acuerdo amistoso para rescindir el contrato (75.000 dólares y la promesa de la participación del actor en un futuro film de Mann). Dicho de otra manera, Douglas despidió al director, según la estrella, forzado por las circunstancias, por las dudas que le generaba y por la petición de los responsables del estudio que poco antes había respaldado al realizador de Tierras lejanas (Far Country; 1954) como la elección más adecuada. Anthony Mann abandonó su puesto de buen grado, dejando como legado el inicio, que se desarrolla en la mina de Libia, y el guion con el que trabajaba, que pasó a manos de 
Stanley Kubrick cuando este se hizo cargo de la dirección de su película menos personal.


Kubrick apenas aportó cambios al guion, aunque sí asumió aspectos relacionados con la fotografía, en ocasiones relegando a Russell Metty (premiado con el Oscar por su trabajo en el film) a una función cercana a la de mero observador. También decidió sustituir a la actriz protagonista e introdujo mayor realismo en las escenas de lucha, además de suprimir algunos diálogos, para potenciar visualmente las imágenes. Por lo demás, podría decirse que se limitó a filmar lo escrito por Dalton Trumbo (en la mayor parte del metraje predomina el posicionamiento del guionista), quien, por fin, volvía a ver su nombre en los títulos de crédito de una película —Otto Preminger fue el primero en en volver a contratarle públicamente, pero su película Éxodo (1960) se estrenó un poco después—, después de años de lucha y ostracismo como consecuencia de su inclusión en la lista negra de Hollywood.


La libertad perseguida por el personaje central también podría ser la defendida por el propio Trumbo, además esa misma libertad, unida al aprendizaje asumido por el esclavo tracio que se revela contra la todopoderosa Roma, se convierte en el eje sobre el que gira esta superproducción marcada por los egos de sus estrellas y de sus responsables, por el constante aumento en los costes de producción, por el temor a que la participación del guionista fuera descubierta antes de tener la película filmada y enlatada (hacia el final del rodaje Douglas dio un paso al frente y, a pesar del riesgo empresarial que suponía, decidió incluir el verdadero nombre del escritor) y finalmente por la alteración de su montaje por parte de la Universal, que introdujo cambios y cortó escenas sin conocimiento de sus creadores.


Las desavenencias entre el director y el productor tuvieron su fuente en discrepancias creativas, las cuales podrían resumirse en la intromisión de Kirk Douglas en la parcela que Kubrick consideraba de su exclusividad, porque, para alguien del ego creativo del futuro responsable de 2001: una odisea del espacio (2001: A Space Odissey; 1968), todos los aspectos del rodaje (preproducción y posproducción incluidos) serían de su competencia. Su decisión de asumir el control absoluto de futuros proyectos puso punto y final a la relación que le unía a la productora de Douglas, para la que ya había realizado la magistral Senderos de Gloria (Paths of Glory; 1957).


Aparte de Kubrick y de Douglas, el otro nombre propio del equipo creador de Espartaco fue el de Trumbo, cuya idea de libertad marca la existencia del tracio que se convierte en el caudillo del ejército de esclavos que pone en jaque a la supremacía de Roma, símbolo de la opresión y la tiranía (pasadas y presentes) que les ahoga e impide ser hombres libres. El sueño de Espartaco (Kirk Douglas) es más grande que el de los políticos romanos, porque lo que anhela no es la gloria, sino esa sensación que nunca ha conocido y que le permitiría vivir con Varinia (Jean Simmons). Su vida en la escuela de gladiadores se encuentra supeditada al entrenamiento, porque, tanto él como sus compañeros, son inversiones destinadas a ofrecer espectáculo sobre la arena, no a morir en ella, porque su alto coste y el elevado gasto que generan no aconsejan su muerte, pero el capricho de los patricios romanos que visitan la domus de Batiato (Peter Ustinov) exige sangre.


La acción de Espartaco se desarrolla en la Roma pre-imperial, durante la república gobernada desde el senado, donde se decide el destino del mundo conocido y donde se desata la guerra de intereses que enfrentan a Graco (Charles Laughton) y Craso (Laurence Olivier), eternos rivales, dispuestos a hacer prevalecer sus intereses y posturas ideológicas, a las que se adhieren el resto de los senadores, entre ellos el joven Julio César (John Gavin). Espartaco desconoce el conflicto político y los tejemanejes de los senadores, solo sabe que su vida no le pertenece, ya sea en la mina de Libia donde se inicia su recorrido o cuando Batiato lo compra para formar parte de la escuela de gladiadores donde conoce a la esclava que se convertirá en su esposa.


Al protagonista y héroe le mueve la idea de alejarse de la opresión y de la injusticia que implica su esclavitud, sobre todo después de la sanguinaria exhibición exigida por Craso y por sus acompañantes, cuando Draba (Woody Strode) le perdona la vida a pesar de que su acción significa su propia muerte. Su rival en la arena ha elegido y lo hace porque su libertad nace en su mente para materializarse en el recinto donde decide morir como hombre libre, gesto que convence a Espartaco de que puede ser dueño de su destino. Otra circunstancia que da fuerza al rebelde para levantar la revuelta es su negativa a perder a Varinia, cuando esta es vendida a Craso, pues de no haberla recuperado, el gladiador habría ido en su busca, al estar convencido de que su vida le pertenece y de que nunca volverá a someterse.


La parte en la que el héroe vence a las tropas enviadas por Roma le permite alcanzar la gloria, no obstante esa no sería su finalidad, ya que su intención persigue la paz y el saborear los momentos que anhela disfrutar lejos del alcance y del yugo romano, que pretende dejar atrás, en cuanto llegue a la costa donde aguarda la flota pirata que debe trasladarles a una tierra donde puedan ser dueños de sus vidas. Pero Roma, sus grandes patricios, no puede consentir que su poder se ponga en entredicho por una revuelta provocada por un esclavo, lo que también implica que la lucha se traslade al senado donde Craso muestra una moralidad flexible a sus deseos (tanto personales como políticos), pero consciente de que si somete al rebelde su victoria le serviría para alcanzar el poder y la influencia necesarias para eliminar a su enemigo político (de talante más liberal) y alzarse con el control político que le allanará el camino hacia el Imperio, quizá.

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