miércoles, 23 de mayo de 2012

Niágara (1953)


Niagara Falls es el destino geográfico de muchas parejas de recién casados, sin embargo, los dos matrimonios de Niágara no viajan hasta allí para celebrar su luna de miel, como tampoco son recién casados, sino dos parejas que llevan varios años compartiendo una vida en común. Cuando George Loomis (Joseph Cotten) observa las cataratas no puede más que admirar la perfección e independencia que contemplan sus ojos, aunque comprende que han tenido miles de años para alcanzar esas dos características que a él se le niegan por naturaleza, por eso debe aceptar su imperfección y la de su matrimonio. George está casado con una mujer mucho más joven que él: Rose (Marilyn Monroe), quien le aguarda en el bungalow que debían abandonar antes de la llegada de los Cutter: Polly (Jean Peters), amable y sencilla, y Ray Cutter (Casey Adams), siempre con su trabajo en mente. El matrimonio Cutter parece que difiere en cuanto a su estancia en las famosas cataratas, ya que Polly piensa que deberían disfrutar del viaje como si se tratase de aquel que no pudieron realizar cuando se casaron, debido a la ocupación de Ray. La aparición de los Cutter en la cabaña que todavía ocupa Rose Loomis es utilizado por ésta para comentar el desequilibrio psíquico que padeció su marido después de participar en la guerra de Corea. ¿A qué viene esa confidencia innecesaria? ¿A caso quiere condicionar el pensamientos de  los desconocidos? La relación entre George y Rose no funciona, eso es evidente, como también lo es la presencia de unas cataratas que simbolizan el punto de no retorno de su matrimonio, arrastrado por una vorágine de celos (George) e infidelidad (Rose) que amenaza con afectar a la otra pareja.  Ray no parece darse cuenta de nada de los que pasa a su alrededor, sólo le preocupa la cita con uno de sus jefes, mientras, Polly observa al señor Loomis, en cuyas reacciones contempla el desequilibrio al que se refería su esposa, provocado deliberadamente por Rose porque ha decidido un cambio en su existencia que pasa por deshacerse de su esposo. En Niágara dominan los espacios abiertos (el paisaje es un personaje más) y un colorido insólito para historias oscuras y pesimistas como las narradas en los films noir, sin embargo, en determinados momentos se recuperan las sombras características del cine negro, como sucede tras la muerte (no consumada) de George Loomis o cuando éste sorprende a su esposa en el edificio de correos, instante en el que se produce un cambio de rol (pasa de víctima a verdugo) y se confirma su caída al abismo. Uno de los aciertos del film de Henry Hathaway reside en aquello que no se muestra, pero que sí se intuye, lo que permite que Niágara gane enteros y no se convierta en un film que sólo llame la atención por la presencia de la (por aquel entonces) emergente estrella Marilyn Monroe, quien bordó el papel de mujer manipuladora que convierte a su marido en un guiñapo dominado por los celos. El modo en que Rose viste, se mueve o actúa, forman parte de la imagen que Polly tiene de la mujer que le gustaría ser, aunque no lo dice, es consciente de que ella es todo lo contrario: dócil e inocente, características que posiblemente afectan a su relación con un marido que siempre semeja despistado, quizá debido a que su mujer no llama su atención, al menos no hasta que ésta se encuentra al borde de unas cataratas que han tenido miles de años para ser independientes, no como George Loomis, cuya dependencia de Rose se convierte en su particular corriente de agua de la que no puede escapar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario