miércoles, 16 de mayo de 2012

Platoon (1986)

El tiempo existe sin que nos mire. No somos tan importantes ni tan interesantes para que detenga una de sus milésimas en nuestra insignificancia. No frena, ni presta atención a nuestros atropellos ni a nuestros aciertos. Cierto que resulta vital para nuestras vidas y en nuestras vidas, y que lo interpretamos variable según las experiencias de cada instante. Vivimos pendientes de su avance, lo acusamos de veloz o en fuga y lo culpamos del deterioro de nuestra juventud, pero él ni se inmuta, puesto que ni escucha ni entiende de culpas. Hace bien; de hecho, la culpa y la culpabilidad son de invención humana, como también lo son los códigos morales o cualquier tipo de ideología. Como conjunto y como individuos, somos responsables del deterioro, del estancamiento y de la evolución del tiempo histórico que nos toca vivir. Lo construimos o lo destruimos, de igual modo que creamos y perdemos ilusiones, o somos la causa de nuestros triunfos y derrotas conjuntas. La inocencia no te la arrebata un devenir temporal que escapa a nuestra comprensión y a nuestra mortalidad. La inocencia se pierde en experiencias que desvelan lo que antes permanecía oculto, o en vivencias que desenmascaran realidades adulteradas según qué fines. Esto lo descubre Chris Taylor (Charlie Sheen) durante su estancia en Vietnam, donde también comprende que un mismo momento se compone de las realidades que se están produciendo, entre otras las de quienes luchan sin saber por qué, la de los que intuyen el por qué y luchan consigo mismos o las de quienes viven el conflicto bélico en la distancia que a Oliver Stone no le interesa mostrar en Platoon (1986). Nada hubiera precipitado su caída y su posterior renacer, si hubiera permanecido en su país natal, pero se enroló en el ejército, quizá guiado por impuestos de heroicidad y de deber hacia su patria. En su primer día en Vietnam, contacta con una realidad distinta a la idealizada, puesto que ahora no escucha la propaganda que lo ha llevado hasta allí. Ahora, observa rostros de veteranos que han sobrevivido, y regresan a casa desesperanzados y avejentados, y decenas de bolsas de cadáveres apiladas en la pista del aeródromo. En ese instante se produce un primer enfrentamiento entre Taylor "el iluso" y el entorno donde apenas una semana después se replanteará la validez de la idea o ideas que lo convencieron para dejar la universidad y presentarse voluntario. El novato pisa suelo vietnamita en septiembre de 1967, tres años después de que Estados Unidos entrase oficialmente en guerra con las fuerzas comunistas de Vietnam del Norte. El ambiente que se respira quizá no presagie la derrota del ejército estadounidense, pero su estancia en el pelotón Bravo le habla de otra derrota: la del idealismo y la de la ingenuidad que se consumen en la lucha, una lucha que no es contra un enemigo visible, ni en el terreno que pretenden ocupar. Se trata de una guerra interna, la que existe en cada uno de ellos y en la propia sociedad que les ha llevado hasta allí, posiblemente con mentiras o sencillamente sin preguntarles si querían ir, puesto que se trata de "carne de cañón", escribe Taylor en una de sus cartas. Dentro del pelotón descubre las diferencias que guarda con el resto de soldados, muchachos que no han tenido elección, que pertenecen a minorías étnicas y a la clase baja de su país.



Los pensamientos de Taylor se hacen audibles en varios momentos, cuando Stone muestra al novato escribiendo a su abuela. La correspondencia nos permite comprender aspectos íntimos; por ejemplo su admiración inicial por quienes le rodean, en especial por el sargento Barnes (Tom Berenger), en quien descubre experiencia y seguridad, la necesaria para que sus subordinados crean que pueden sobrevivir e incluso vencer. El pensamiento de Taylor evoluciona al tiempo que se adentra en el inferno donde descubre que nada es como había imaginado a miles de kilómetros de distancia, en un hogar que les condenarían por actos tan brutales e inhumanos como los cometidos en el poblado donde se produce el enfrentamiento entre Barnes y Elias (William Dafoe), el mismo poblado donde un soldado (Kevin Dillon) revienta, a culatazos, el cráneo de un adolescente vietnamita, sencillamente porque la guerra le da vía libre para hacerlo; comprende que nadie dirá nada. En esa aldea se ha desatado la irracionalidad de algunos soldados estadounidenses; incluso el propio Taylor pierde momentáneamente el control sobre sus actos. Este momento remarca más si cabe la división del pelotón en dos grupos con conductas y pensamientos dispares. Barnes y sus seguidores representan la ausencia de cualquier tipo de valor moral para alcanzar sus fines: ya sea la victoria o la supervivencia; en una posición contraria se encuentra el sargento Elias, quien se enfrenta con Barnes, cuando este intenta ejecutar a una niña, después de haber matado a sangre fría a una de las mujeres del poblado. El conflicto moral plantea la perdida de los valores que se pretenderían defender, derechos básicos como la libertad o la justicia; sin embargo han perdido la capacidad de discernir entre el bien y el mal, dando rienda suelta al odio y a la violencia que este genera. Elias dice que ha perdido la ilusión que le dominaba cuando comenzó el conflicto, lo que se traduce en la pérdida de la creencia de estar haciendo algo útil; pero los valores que rigen su comportamiento no desaparecen, porque es consciente de que sus actos sí importan, ya que en ellos reside la única oportunidad para conservar su humanidad. El enemigo que acecha en Platoon es más peligroso que los soldados norvietnamitas, puesto que el peligro son ellos mismos, sus mentiras, las que los han llevado hasta allí, mentiras que les han hecho creer y que Stone recalca a lo largo del duro aprendizaje del novato que, definitivamente, pierde su idealismo cuando Barnes ejecuta a Elias, un momento que quizá simbolice la muerte de la inocencia de la sociedad en la que Chris habría creído hasta entonces.

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