lunes, 4 de junio de 2012

Tiempo de revancha (1981)


Existen individuos que expresan sus convicciones desde su silencio, hombres como Pedro Bengoa (Federico Luppi), quien, al inicio del film de Adolfo Aristarain, muestra el cansancio generado por una lucha que nunca ha podido ganar. El Bengoa de los primeros minutos parece un hombre que ha claudicado ante un sistema corrupto que se impone a la libertad de sus miembros, actitud que su padre le recrimina cuando se entera de que ha ocultado su pasado sindicalista y sus convicciones morales para conseguir un empleo en una empresa minera. Cuando Pedro Bengoa llega a la cantera de cobre descubre que todos los trabajadores aceptan la actitud negligente de una empresa que no se preocupa por la seguridad o el bienestar de sus obreros, porque sólo le interesa un beneficio rápido y cuantioso. Bengoa acepta, como el resto, mantenerse dentro de los límites establecidos por la compañía: ver, oír, acatar y callar. Sin embargo, la presencia de Bruno de Toro (Ulises Dumont), con quien, además de amistad, comparte un pasado ideológico y un presente incierto y silencioso, le plantea una disyuntiva. De Toro tiene en mente una idea que le permitiría saldar cuentas; su idea no persigue el dinero en sí, sino que busca la venganza sobre quienes únicamente han mirado por su beneficio en detrimento de las condiciones de sus trabajadores. No obstante, para que De Toro ponga en práctica sus intenciones necesita la colaboración de Bengoa, cuestión que éste rechaza, convencido de su decisión de aceptar una vida pacífica, acomodada y estable al lado de Amanda (Haydeé Padilla), su esposa. Sin embargo, la muerte de varios trabajadores, provocada por la negligencia y las exigencias de los encargados, así como el posterior comportamiento de quienes se encuentran al mando, le deciden; y un idealista decidido resulta altamente peligroso para los intereses que priman en la empresa. El plan de Bruno pasa por simular una lesión que debe producirse durante una de las explosiones que forman parte de su labor diaria, consciente de que puede argumentar negligencia ante un tribunal que dictaminaría una cuantiosa compensación económica. A punto de poner en práctica el plan, De Toro se deja dominar por el miedo y los nervios, lo que obliga a Bengoa a asumir el control, pero sin poder evitar que su amigo muera durante la acción. Tras la explosión, Bengoa se encuentra solo en su lucha (hecho que queda claro en el interior del agujero en el que permanece atrapado). Cuando le rescatan muestra la supuesta mudez provocada por la impresión que le ha producido el accidente, pero también simula un aparente desinterés por obtener beneficio de su convalecencia, evitando de ese modo que los directivos sospechen de su siguiente movimiento: contactar con el abogado con quien De Toro mantenía contacto. Larsen (Julio Degrazia) prueba el aguante de su cliente y le advierte de los riesgos que corren, porque el éxito del plan reside en que Bengoa mantenga su mudez por encima de cualquier circunstancia, a riesgo de que todo se vaya al traste. Las presiones, las escuchas a las que se somete al matrimonio (siempre duerme con un esparadrapo en la boca) o las amenazas, implícitas o explícitas, son una constante antes, durante y después de la negociación con Ventura (Jorge Hacker), el gran jefe que claudica a la demanda del abogado, consciente de que el farsante puede provocar el hundimiento de su imperio empresarial. Tiempo de revancha se encuentra repleta de simbolismos que disfrazan aspectos de la injusta realidad argentina de 1981, así pues la lucha de Bengoa, tras despejar sus dudas y superar sus miedos, sería una lucha contra un sistema que ejerce un control que no respeta a sus miembros, por eso sabe que debe continuar gritando un silencio de no aceptación a las amenazas o al miedo, demostrando con su automutilación al final del film que no piensa callarse.

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