viernes, 22 de junio de 2012

Tlayucan (1962)


El pensamiento de 
Luis Alcoriza, uno de los nombres más representativos del cine mexicano, ya fuese como colaborador habitual en los guiones de Luis Buñuel en su etapa mexicana (con quien guarda ciertos aspectos ideológicos comunes), o en sus films en solitario, quedó perfectamente plasmado en sus mejores películas, como es el caso de Tlayucan, una comedia dramática que presenta a una sociedad poco solidaria, que prefiere adorar a la imagen de Santa Lucía (virgen patrona, a la que agasajan con perlas), o vigilar a una piara de cerdos, que ayudar a un vecino (amigo) en los momentos en que éste precisa dinero para salvar la vida de su hijo. Eufemio Zárate (Julio Aldama) no roba la perla que pertenece a la imagen de la santa, sino que ésta se la entrega como un milagro ante sus rezos. Pero el descubrimiento del delito provoca que los conciudadanos de Eufemio se vuelvan en su contra, sin percatarse de que solamente ha actuado por la imperiosa necesidad de obtener los medicamentos que salven a su hijo (Juan Carlos Ortíz). Obligado por su condición de pobre, por la falta de ayuda de su supuestos amigos y animado por el convencimiento de que la virgen ha obrado un milagro, toma la perla para un un fin más loable que llenar los bolsillos del párroco, pero los habitantes del pueblo no muestran comprensión ante el grave problema que se cierne sobre la familia Zárate, y sí una intolerancia que a punto está de acabar en el linchamiento de Eufemio, pero que no se produce gracias a la intervención de un cura (Jorge Martínez de Hoyos) que explica que esa no son maneras, que lo importante es encontrar la piedra sustraída y, posteriormente, engullida por un gorrino. Antes y después del robo, los personajes muestran su naturaleza, así se puede observar como el cura, supuesto guía espiritual de la comunidad, únicamente piensa en el tributo que se le debe entregar a la virgen, y quien no lo haga aparecerá en la lista pública, para que éstos se avergüencen al ser evidenciados ante sus vecinos; cuestión que don Tomás (Andrés Soler) no acepta, y se presenta en la iglesia para mostrar su protesta. Don Tomás se deja guiar por su desengañado, siempre se muestra arisco, juzgando al pueblo de cruel y cínico, lo cual provoca que parezca un individuo ruin, pero sus actos salvan al hijo del matrimonio, aunque sea por beneficio propio, porque desea volver a ver guapa a Chabela (Norma Angéica) (la madre desesperada), puesto que ella es la alegría para sus ojos lujuriosos. Éstos no son los únicos que se comportan de un modo más reprochable que el del supuesto ladrón, porque Prisca (Anita Blanch), mujer devota y pudiente, emite juicios negativos sobre sus vecinos, escondiendo en ellos sus frustraciones de soltería, a la espera de que se produzca el milagro de encontrar a ese hombre que calme su ansiedad. Esta mujer es el objeto de deseo de Matías (Noé Murayama), un invidente que sólo piensa en sí mismo (como el resto), a la espera de que Santa Lucía obre el milagro que nunca llega, al menos no el que él espera. El universo insolidario de Tlayucan no esconde su evidente crítica social, que se descubre de manera excepcional desde el humor negro y el drama que profundiza en la interioridad de unos personajes que muestran una falsa imagen cara el exterior, pero que no pueden escapar de su verdadera naturaleza, la cual se descubre mientras Eufemio y Chabela piden ayuda, y en su lugar encuentran el rechazo, el egoísmo y la incomprensión de unos vecinos que les dan la espalda, porque los problemas del matrimonio no son los suyos.



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