jueves, 26 de julio de 2012

La bestia humana (1938)


El cine negro americano, el que abarca las décadas de 1940 y 1950, tiene en el realismo poético francés de finales de los años treinta a uno de sus antecedentes, del cual toma personajes sombríos y el pesimismo que dominan los ambientes y las sensaciones. Quizá, por ello, La bestia humana (La bête humaine, 1938), basada en una novela de Emile Zola, (aparentemente) se encuentre más próxima al cine negro que a un drama trágico, aunque la tragedia sea el destino de sus tres personajes principales, que se dejan arrastrar por emociones, deseos, miedos, en una combinación que da como suma a la bestia referida en el título. Jean Renoir inicia su adaptación de La bête humaine con las primeras líneas de la novela de Emile Zola, para apuntar el temor de Jacques Lantier (Jean Gabin) a heredar el alcoholismo de padres y abuelos, de generaciones que le precedieron y se dejaron llevar por el alcohol y por la irracionalidad que desataba, una bestia —que no dejaría de ser la parte humana que se desequilibra y desborda— a la que teme; y su obsesivo temor, le ciega y le convierte en inestable, con tendencias homicidas. El protagonista teme dejarse dominar por su lado irracional, el que habita junto al racional que lo controla, hasta que se desequilibra, como sucede en determinados momentos de este pasional drama de Renoir. Años después, Fritz Lanrealizaría una nueva versión de la novela de Zola, en la magistral Deseos humanos (Human Desire, 1954), y el realizador franco argentino Daniel Tinayre filmaría La bestia humana (1957), pero fue Renoir quien marcó el camino a seguir, ya que fue él ideó el encuentro de los amantes en el tren, en un primer contacto que en la versión de Lang la tensión se agudiza.


Rouband (
Fernand Ledoux), subjefe de estación, parece un individuo tranquilo, pero comete el error de amonestar al hombre equivocado, cuestión que le hace temer por su empleo y le obliga a pedir a Sévérine (Simone Simon), su esposa, que hable con Grandmorin (Jacques Berlioz), el padrino y probablemente el amante de ésta. El propio Rouband es el responsable de enviar a su esposa a los brazos de otro hombre, como también lo es de sentirse menos hombre al descubrir la infidelidad que desata su violencia y provoca que golpee a su esposa y planee el asesinato de Grandmorin, crimen con el que pretendería limpiar su honor mancillado y recuperar la virilidad perdida. El homicidio se comete en el mismo tren en el que viaja Jacques Lantier, hombre y bestia, que no encuentra equilibrio en su interior, salvo cuando viaja en su locomotora, donde parece conseguir esa paz que desaparece en su relación con Flore (Blanchette Brunoy), a quien casi estrangula y a quien abandona porque existe algo en su mente que despierta la violencia y la locura. Quizá se trate de un desequilibrio hereditario (obsesionado con la idea de que sus antepasados eran borrachos y violentos) o puede que sea el temor a ser él mismo lo que le obliga a esconder sus instintos, pero éstos surgen con más fuerza y descontrol. La presencia de Lantier en el vagón advierte a Sévérine de que puede haberles visto, sospecha que le impulsa a acercarse para charlar y obtener la información que busca. A pesar de saber la verdad, Lantier miente a la policía cuando le preguntan por el crimen, y lo hace porque observa la belleza de Sévérine, quien parece suplicarle que le proteja. Lantier miente una segunda vez cuando declara ante el juez, perjurio que conlleva la salvación de Sévérine y la condena de Cabuche (Jean Renoir); un obrero que viajaba en el tren y que confiesa su odio hacia la víctima, pero también su inocencia. El egoísmo de Lantier, llámese pasión o deseo por Sévérine, le obligan a ocultar lo que sabe, permitiendo que el inocente pague las culpas del matrimonio porque, de no ser así, su turbulenta y apasionada relación con Sévérine no daría comienzo, aunque ambos son conscientes de su imposibilidad, ya que tanto ellos como el crimen que les ha unido provocan que sus instintos se conviertan en el guía de sus actos. La bestia humana es una película sombría y una reflexión pesimista sobre la naturaleza humana (en Europa no tardaría en estallar la Segunda Guerra Mundial), de obsesiones que se transforman en las bestia que habita en personajes, en seres vacíos que busca algo que llene sus vidas, como sería el caso de Sévérine, acomplejados y brutales como Rouband o atormentados que canalizan su desequilibrio en arrebatos de violencia, como parece ser el caso de Lantier.

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