martes, 10 de julio de 2012

La invención de Hugo (2011)


Cual Julio César en sus Comentarios a la guerra de las Galias, en Vida y obra de un pionero del cineGeorges Méliès se refiere a sí mismo en tercera persona para exponer que <<pudo, gracias a algunas ayudas, conseguir una pequeña tienda de venta de artículos para el viajero en la estación de Montparnasse>>. Dice que allí <<tuvo ese comercio hasta el año 1932>> y que <<esta fue seguramente la parte más penosa de su existencia; pues la tienda tenía que estar abierta obligatoriamente, todos los días, desde las 7 de la mañana hasta las 10 de la noche. Tenía prohibido abandonarla ni siquiera para comer; y no podía librar ningún domingo por la tarde. En definitiva, era como el ingreso en prisión de un hombre que, hasta ese momento, estaba acostumbrado a una libertad absoluta. Esta tienda, abierta al aire libre, en un patio -gélido en invierno y tórrido en verano- fue, para un hombre ya mayor, un verdadero martirio>>. Por aquel entonces el cine ya era una realidad sonora, una que se había olvidado del genio que décadas atrás había visto la primera o una de las primeras proyecciones públicas del invento de los Lumiére. Pero, en su fantasía, lo que vio no fue simplemente la realidad de una salida de obreros de la fábrica o de la llegada de una locomotora a una estación, quizá la misma donde años después viviría su condenada laboral y vital. Méliès encontró en aquella sucesión de fotogramas un territorio virgen que invitaba a ser explorado por aventureros o pioneros 
como él. Así, pensando en las múltiples posibilidades de la máquina tomavistas, fue de los primeros en comprender que el nuevo medio de expresión podía ser industria, propaganda, divertimento, aburrimiento, experiencia, experimental, didáctico e incluso en ocasiones podría ser la ilusión de ilusionistas o la magia de magos que de la chistera sacarían imágenes en movimiento que, en sucesión, darían forma a sueños, mundos y fantasías hasta entonces imposibles de plasmar en la realidad física. Esa magia enlaza a Méliès con Martin Scorsese, pues no cabe duda de que les une el sueño del cine o la ilusión cinematográfica que el segundo concede al primero en La invención de Hugo (Hugo, 2011).


El pionero francés asoma en la pantalla como personaje olvidado por la historia, ya que solo así, desapercibido en su anonimato, puede ser rescatado por el cineasta neoyorquino que se esconde detrás de la cámara para rendirle homenaje, a él y a otros exploradores del cinematógrafo. Fue la visión de aquellos primeros cineastas la que posibilitó el paso crucial hacia otros posteriores, hacia el cine sueño de historias y cuentos cinematográficos que ya son historia. Testigo del invento de los
Lumiere, Méliès se enamoró de la máquina tomavistas que mostraba una realidad que se observaba cambiante en su movimiento. Él quiso una, aunque no solo para captar momentos, sino para crear y narrar fantasías. Durante años fue de los más grandes y exitosos creadores cinematográficos: inventor, actor, autor y dueño de sus películas. Pero la Gran Guerra (1914-1918) provocó que los países beligerantes interrumpiesen su producción de películas y, tras el conflicto, que el público olvidase a Méliès. El mago perdió su magia, su ilusión, pero <<pudo, gracias a algunas ayudas, conseguir una pequeña tienda...>> donde dolido, arruinado, caído en el olvido, sobrevive hasta que Scorsese lo descubre en esa estación donde no pretende naturalismo, sino un tono ilusorio que acerque La invención de Hugo a la fantasía de Méliès. Esta circunstancia la apunta la primera secuencia, que en travelling, muestra la estación generada por ordenador, ofreciendo un espacio entre el sueño y la realidad, un espacio donde se encuentra con el gran ilusionista del pasado y el hombre roto del presente. Georges Méliès (Ben Kingsley) ha decidido dejar de sufrir, para ello evita recordar su esplendor, ahora doloroso, y se oculta en su trabajo en la misma estación donde vive Hugo Cabret (Asa Butterfield). Solitario, aunque no por deseo propio, Hugo añora a su padre (Jude Law), de quien solo conserva el recuerdo y el autómata que pretende arreglar, convencido de que la máquina contiene un mensaje paterno que calmará su soledad. El niño deambula de aquí para allá, sisando un croissant que llevarse a la boca o encargándose de los relojes de un recinto de tránsito (menos para él) que conoce a la perfección, no en vano, es su hogar, es su universo de soledad entre la multitud que ignora su existencia. Por sus pasillos y por salas ocultas, caídas en el olvido, Hugo camina, observa y se oculta del inspector interpretado por Sacha Baron Cohen, inflexible con los niños huérfanos que caen en su reino y también alma solitaria que ignora cómo expresar sus sentimientos a Lisette (Emily Mortimer), la florista a quien observa cada jornada y a quien desea acercarse cada día. Hugo cree que todas las personas tienen una misión en la vida, la suya consiste en arreglar máquinas estropeadas e incansable repara ese humanoide de hojalata con las piezas que roba en la juguetería de Papá Georges, el corazón roto que le atrapa y le confisca la libreta donde están escritas las instrucciones para arreglar la máquina. Hugo se niega a perder la libreta, lo que está simboliza para él, ya que sin ella ve imposible descubrir lo que su padre quiso transmitirle a través del muñeco. Su miedo a quedarse sin nada le obliga a aventurarse en la visibilidad, a salir al mundo exterior donde descubre soledad y sufrimiento, pero también a Isabelle (Chloë Grace Moretz), la ahijada huérfana de papá Georges, la niña que le brinda amistad, complicidad y comprensión en la aventura que les descubre la identidad del mago que se esconde detrás del hombre estropeado, a quien ayudan a recordar su magia, la magia de una obra fílmica que los niños conocen gracias a su inesperado encuentro con el profesor Tabard (Michael Stuhlbarg). Pero, en realidad, Hugo no solo arregla al autómata o a papá Georges, sino que transforma la vida de quienes le rodean, incluida la propia, gracias a su fantasía, a su ilusión, a su empeño de reparar máquinas y devolver la vitalidad a corazones rotos.

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